Qué esperan los artistas de los visitantes: que compren…

…Me tropecé con un grupo de personas que me gustaron mucho y que no fotografié; aunque lo intenté no me fue posible, maldita sea (la pareja de la fotografía también me agradó). Eran dos o tres hombres y dos mujeres, me parece, porque no los conté. Lo que me gustó era su «look», su puesta en escena. Ellos parecían caballeros ingleses de hace cien años, más o menos: botas altas hasta las rodillas, por encima de pantalones estrechos, grandes patillas, chaquetas de cuadros ajustadas y porte de mucha importancia. Parecía que iban del picadero (de caballos) hacia el salón de te. Fantásticos. La visión me hizo pensar, una vez más, que es sumamente conveniente vestirse con originalidad; por un lado para no pasar desapercibido y por otro porque es más gracioso. Cuando escribo esto, ellos son los únicos de los que puedo recordar su vestimenta. Eran generosos con el mundo. A mí, sin ir más lejos, me proporcionaron varias y gratas sensaciones: la satisfacción de divertirme con su originalidad; una sonrisa espontánea que me provocó pensar que si la gente (yo incluido) nos mostráramos más ocurrentes, desenfadados y graciosos, el mundo sería un lugar infinitamente más vivible. Por si fuera poco, al verles, tuve la impresión de que no estaba perdiendo el tiempo allí, en el mercado del arte…


Un hombre camina solo por los pasillos y entra de vez en cuando a una galería. Mira alrededor fugazmente, captando lo que le interesa y de vez en cuando se para a mirar con más atención. Se deja llevar por su instinto y su gusto (viene a ser lo mismo). Uno de los grandes placeres que ofrece la vida y nos ofrecemos los humanos, es la creación estética en soportes que luego podemos disfrutar tranquilamente una tarde de un día cualquiera, a ser posible en viernes.



MISCELÁNEA III: una lúcida y pertinente cita sobre la necesidad de sobrevivir. «Un terapeuta le había dicho hacía mucho tiempo: Cada vez que estés inquieto, trata de identificar el temor que está debajo de la inquietud. La raíz es siempre el miedo. A menos que lo afrontemos, tendemos a actuar mal. Gurney se preguntó de qué tenía miedo. Estuvo dándole vueltas casi todo el viaje de vuelta a casa. La respuesta fue bochornosa. Tenía miedo a equivocarse». John Verdon.
Pues sí, me parece una reflexión lúcida y penetrante y un diagnóstico ajustado de una forma de estar en el mundo. Algo enfermiza, desde luego. Yo, sin ir más lejos, vivo así, con el miedo siempre encima. A todo. Escalofriante. ¡¡¡Vaya desastre!!! Esta cita la he capturado de la novela Deja en paz al diablo, de John Verdon (ahora, disfrutando de su lectura). La comencé cuando terminé El muñeco de nieve, de Jo Nesbo (estupenda) y, poco antes, Asesinos sin rostro, de Henning Mankell, (espléndida). Las tres, novelas Negras. De detectives triunfantes. Sí, últimamente me he entregado a este género, tan entretenido y gozoso. Los protagonistas, tanto los buenos como los malos, son muy valientes y asombrosamente inteligentes. Todos en lo suyo, en los papeles que les ha tocado. Las cosas están claras en estas obras. Me gusta eso y, sobre todo, para una persona como yo, escasamente inteligente y desde luego cobardón, son obras ejemplares donde mirarse o más bien recrearse en lo que pudo haber sido y no fue. Muy bonitas.