“...lo que vemos no es lo que vemos sino lo que somos...”. Fernando Pessoa
Tucumcari, Nuevo México, llegamos a las siete de la tarde. En el motel donde nos instalamos hice esta fotografía. Probablemente en mi subconsciente estaban presentes otras parecidas que he visto a lo largo del tiempo y que siempre me han gustado. Lo cierto es que cuando se me ocurrió no lo pensé, sólo tuve el impulso de hacerla (*). Me interesan mucho las imágenes de fuera-adentro: lo que se ve desde fuera (experiencia intrínsecamente fotográfica). El fotógrafo siempre procura mirar dentro desde fuera, con la cámara como instrumento de indagación y que a su vez, por reflejo automático, se convierte en mecanismo de introspección, como el retroceso de un arma de fuego cuando es disparada. Las armas de fuego (y las cámaras) son peligrosas; es preciso protegerse y ser muy cuidadoso.
(*) Después me acordé de unas fotografías de Verena von Gagern, que tienen que ver con esta idea. Supe de esta fotógrafa por un catálogo: -aspectos subjetivos de la fotografía- publicado en 1980, junto con obra de seis fotógrafos más, todos ellos alemanes: Gelpke, Hartig, Jansen, Müller-Pohle, Riebesehl y Horacek, y que, sin ninguna duda, ha sido la colección de imágenes, las de todos ellos, que más ha influido en mi manera de entender el lenguaje fotográfico. Esas fotografías, por lo que fuera, quizá porque estaba muy receptivo o en periodo de aprendizaje (ahora también), las llevo dentro, y sus ecos aparecen en mi visor cuando menos me lo espero.
DIGRESIÓN SEIS. The Florida Project, EE.UU. (2017) Guion y dirección: Sean Baker. Intérpretes: Willem Dafoe, Bria Vinaite, Caleb Landry Jones, Mela Murder, Valeria Cotto. Protagonistas absolutos: la niña interpretada por Brooklynn Prince y el parque de moteles y tiendas próximo a Disneyworld, en Florida. Además, están los adultos, que sobreviven a duras penas a la crisis de dos mil ocho. La historia narra la vida cotidiana de esos seres perdidos y su titánico esfuerzo por salir adelante cada día, en clave de realismo sucio. Más que estimable y desoladoramente veraniega la puesta en escena, con un mosaico de decadentes moteles y tiendas estridentes, con decoraciones delirantes e imposibles, y una paleta de colores briosos y engañosamente vitales. Los niños, personajes centrales de la historia, deambulan todo el día por la urbanización, jugando sin ayudarse de los recursos con los que cuentan los niños ahora, pero que suplen con una imaginación desbordante, propia de los niños de toda la vida. La película avanza perezosa, plagada de hechos y luchas cotidianas por la supervivencia lo que, en algunos momentos, aburre, pero, gracias a unas muy estimables interpretaciones y unos momentos finales apoteósicos, plenos de verosimilitud y desgarro dramático, la historia se salva. Y, por supuesto, más que estimable es el inmenso, colorista y surrealista escenario (lo mejor de la historia). La vida marginal americana sureña en estado puro, creo. Merece la pena pararse a ver durante dos horas esta historia, sin duda.
El VIAJE: un espía en acción III. En el Castillo Sforzesco, en Milán, apareció un ciclista presumido (casi todos lo son). Dio una vuelta al perímetro de la gran plaza del castillo y paró, justo aquí. Apoyado en el banco de piedra, durante un buen rato, se dedicó a verificar todos los instrumentos de los que parecía servirse en su actuación: la bicicleta, un reloj que debía tener funciones de cronómetro o medidor de pulsaciones (supongo), limpió sus gafas de sol de diseño y verificó el buen funcionamiento de la fijación de las zapatillas a los pedales. Además, se arregló el pelo repetidamente. Mientras, me fui acercando arteramente, poco a poco y fotografiándole cada vez más cerca. Suponía que en cualquier momento volvería la cabeza y descubriría mi juego. Entonces, la situación habría sido embarazosa y el espía no habría sabido qué hacer. No sé por qué me llamó la atención ese tipo tan pulcro y atildado. Esta fue la más cercana que conseguí hacer antes de que pusiera en marcha su bicicleta con movimientos afectados. Una ceremonia de exhibición sobre dos ruedas. Dio una vuelta más a la plaza, pedaleando lentamente, con la suficiencia del que se siente -un bello ciclista-, y finalmente se perdió por una de las puertas de acceso a la gran plaza central del Castillo Sforzesco, en Milán.
El mercado no es ajeno a estas convulsiones íntimas de la fotografía (supongo) y no sé cómo se coloca (yo no hablo con nadie); tampoco sé qué piensan los galeristas e intermediarios, y lo que es peor para mí: no tengo ni puñetera idea qué pensar yo. Eso está quedando bastante claro, ¿no?
Delicioso suicidio en grupo. Arto Paasilinna. Cómo resistir la tentación de leer una historia con un título que reúne tres palabras tan sugestivas y contradictorias?
Delicioso: exquisito, sabroso, delicado, primoroso, placentero…
Suicidio: ¿Quién no ha pensado en quitarse la vida alguna vez? Pocas acciones pueden encerrar un sentido más contradictorio: una misma persona puede sentir el deseo irrefrenable de aniquilarse o de vivir eternamente y ambos en un intervalo de tiempo increíblemente corto.
Grupo: La sospecha o paradoja se confirma al leer esta graciosa historia. El suicidio en grupo es imposible, salvo para los fanatizados, pero esos no deberían contar en las estadísticas de suicidas, sino en las de los imbéciles sin solución. Las personas no se matan en grupo; la relación social neutraliza cualquier gesto de desgarro. Los suicidas siempre actúan en soledad; como debe ser.
La novela está protagonizada por finlandeses, seres completamente desconocidos para mí, aspecto por lo que me resultó doblemente deliciosa.