"El acto de creación más genuino consiste en asignar sentido a las imágenes existentes". Joan Fontcuberta
LA VIDA INMEDIATA XI. Domingo, seis de noviembre. Las tareas superfluas o importantes de la vida inmediata (cotidiana) me tienen asediado y no consigo sacar tiempo para todo lo que quiero hacer, la lectura, por ejemplo (la tengo olvidada), por no hablar del laboratorio de positivado al que llevo casi dos años sin entrar. Mi vida está sumamente desorganizada en relación a mis intereses más apreciados. Pue eso. No obstante sigo con la tarea de reordenar la mayor parte de mis fotografías y eso, además de un inmenso trabajo, también me está produciendo un gran placer. Es importante esta obsesiva actividad porque, como decía Juan Marsé: «Escribo para saber si he sido realmente el protagonista de mi vida, como David Copperfield», y para mí, lo que estoy haciendo me gustaría que me sirviera para saber si lo que he hecho ha tenido algún sentido.
DESCONEXIONES (de una Supuesta Realidad) Anteayer dije que estaba cansado y hoy, además de no haber conseguido descansar, estoy ligeramente deprimido y algo enfadado. Por nada. Dice el amigo (en sentido figurado) Joan (Fontcuberta): «…habitamos la imagen y la imagen nos habita. La postfotografía nos confronta al reto de la gestión social y política de una nueva realidad hecha de imágenes. Pero hoy no solo estamos sumidos en su producción masiva y apabullante. Como si fuesen impelidas por la tremenda potencia de un acelerador de partículas, las fotografías circulan por la red a una velocidad de vértigo; han dejado de tener un rol pasivo y esa extraordinaria energía cinética las hace salir de su sitio, de su quicio. Entonces, sin sitio, sin lugar al que replegarse, quedan des-quiciadas y se vuelven furiosas…»
…Después de dos días de búsqueda de localizaciones con poco éxito y menos ganas, decidí acercarme a un lugar que me gustó, hace tanto tiempo ya, que es como nuevo, y que se encuentra a ciento cincuenta y nueve kilómetros de mi casa. Llegué después de hora y media de carretera, exactamente a las diez de la mañana del viernes diecinueve de abril. No sabía qué podría hacer, no llevaba ninguna idea preestablecida; sólo quería mirar y dejarme llevar por el azar. Quizá, acordándome del precioso título de uno de los libros que compré el otro día: Nada es bello sin el azar… La fotografía de hoy la realicé en este abandonado lugar la última vez que estuve, hace nada menos que seis años ya. La velocidad de bajada por la pendiente del atroz y veleidoso paso del tiempo ya es vertiginosa e incontrolable y aumentando. Imparable, maldita sea…
El primer día de este año dije en este diario: «El nuevo año que comienza, sospecho que no llegará a ser tan bueno para mí como el anterior. No, seguramente no. Lo único importante es que la enfermedad y la muerte se mantengan lejos de mí y de los míos». Y sí, así ha sido, salvo que la enfermedad se asomó durante un rato, inesperada y traicionera, pero optó por retirarse amablemente porque en definitiva nos habíamos portado bien. Todavía no nos la merecíamos. En cuanto a lo demás: la fotografía, el arte, las relaciones familiares y sociales, nada en especial, todo ha resultado previsible, sin relevancia ni brillo. Esencialmente mi vida, este año, ha sido como conté el último día del año dos mil doce, respecto a ese año; aunque quizá algo más plana, gris, sin relieves y apenas texturas. No, tampoco este año me ha llegado la gloria, como era lógico y ya sabía. El treinta y uno de diciembre de dos mil doce escribí un largo texto resumiendo el año. Este no merece la pena, sería una copia del otro. La buena noticia es que al menos no ha habido tropiezos graves y eso ha estado bien. Ya está, se acabó, un año menos por vivir.
Este mes, el diario (*), quizá lo dedique, con todas las digresiones que se me vayan ocurriendo, a la palabra y al silencio; a la fotografía de artista, cómo no; a la quietud y el movimiento; a la férrea voluntad y a los viajes con intención pero sin provecho.
* Este diario no suele seguir una pauta, un plan, y mucho menos mostrar fotografías realizadas con la intención de ilustrar textos y viceversa. Lo que aquí sucede es el feliz y azaroso encuentro de fotos y textos porque sí, a priori completamente independientes los unos de los otros; eso sí, todo orquestado a golpe de impulsos automáticos y caprichosos. Faltaría más.