"Sus miradas/ desarman./ Sus caricias/ te pueden reducir/ a un pobre/ imbécil/. Son como el alumbrado/de la vida./ Las mujeres/Lo máximo". Karmelo Iribarren
Tamara de Lepicka, (1898-1980). Reina del Art Déco. Palacio Gaviria. Dijo Tamara: “Entre cientos de pinturas, reconocerías las mías (…) mi objetivo era: no copiar, crear un nuevo estilo… con colores luminosos y brillantes… recuperando la elegancia a través de mis modelos”. Y a fe mía que lo consiguió, plena y brillantemente. Un estilo propio poderoso, estética y artísticamente único. Pleno de elegancia, vitalidad, alegría, sensualidad y erotismo. Y misterio. En la obra que desarrolló en las dos décadas prodigiosas de su creación (años veinte y treinta) se adivinan las huellas del cubismo y el futurismo pero, traspasados por el tamiz de su arrebatada personalidad, alcanza una identidad singular e inimitable. Mujer fascinante que logró la mayor notoriedad entre las élites intelectuales y artísticas europeas en la primera mitad del pasado siglo. Un periodista polaco describe su imagen y estilo así: “Silueta decididamente parisina. Ojos claros, penetrantes, cabello rubio y nariz griega, ligeramente curva. Labios de color carmín y uñas de color ocre rosa. Estatura considerable para una mujer. ¡Vestidos fabulosos, pieles carísimas! Su mera presencia despierta curiosidad” (Cartela de la exposición). Sus retratos y desnudos femeninos son de una precisión, sensualidad, potencia poética y sugestiva emocionante. En la exposición había muchos retratos femeninos y en muchas de las obras aparecen dúos de mujeres en actitudes de aproximaciones secretas, íntimas, que sugieren, o más bien muestran, relaciones lésbicas, tan de moda ahora. A veces juego a elegir la obra que más me gusta entre todas las expuestas y en este caso elegí: Las confidencias de dos amigas (1928). Cuando salimos de ver la exposición, absolutamente encantados, concluimos que esta última era con la que más habíamos disfrutado.
DERAIN, BALTHUS, GIACOMETTI. Una amistad entre artistas (2). Fundación Mapfre (28 de marzo). Qué puedo decir de Balthus que no haya dicho ya en este diario a lo largo del tiempo (es uno de los pintores más interesantes para mí del siglo XX); muy poca cosa. Sin embargo, sí puedo hablar un poco de esta exposición que, como dije ayer, es fantástica. Obviamente, no es totalizadora pero sí representativa y suficiente y, además, contiene algunas de sus obras mayores, como La habitación, Los días felices y Los niños Hubert y Thérése Blanchard. Si Derain representa el artista más ortodoxo y predecesor de los otros dos, Balthus es el más literario y misterioso: tanto en sus composiciones de estudio en interiores, con escenografías cuidadas y teatrales que acentúan relatos de una perturbadora belleza, como en las escenas en exteriores, urbanas, a las que traslada las enigmáticas representaciones secretas de sus interiores, y siempre con una conexión visible pero sutil con la pintura antigua, especialmente renacentista. Balthus fue longevo (1908-2001), hedonista y hombre de vida artística intensa y vitalmente plena, si no recuerdo mal lo que leí hace algunos años en sus memorias. Por último, un testimonio de Giacometti sobre Balthus: “Tengo el mejor concepto de él. Ha recogido a través de los tiempos el mensaje de Piero, ha profundizado en el arte de Corot y Courbet, sin renunciar a ser él mismo” …
Hoy es fiesta. La hora de levantarnos no nos ha acuciado y, ayer, la noche no se alargó peligrosamente, como otras. Once de la mañana: es un buen día y una buena hora para fotografiar. Tenemos una habitación para eso: la llamamos grandilocuentemente y con notoria falta de originalidad: plató. Colocamos el equipo y los flashes (qué coñazo). A pesar de que no nos acostamos tarde y que sólo bebimos lo estrictamente necesario…? estamos algo espesos y nos cuesta bastante dar con la iluminación que deseamos. Entre interrupciones y torpezas, finalmente lo conseguimos. Empezamos a fotografiar: alternamos soportes, formatos, vestuario, alguna que otra idea y también torpezas; cómo no. Lo pasamos bien fotografiándonos sin otra cosa que hacer. Lo dejamos a las tres de la tarde; resultó una estupenda mañana de fiesta.