"¿La felicidad? No, nada de felicidad. El placer, ante todo. Hay que preferir siempre lo más trágico". Óscar Wilde
…Fui solo, en tren. Naty se quedó cuidando de Charlie con una terrible afección alérgica por la vacuna contra la rabia que le habían puesto. Cuando llegué a la zona, a las cinco y media de la tarde, el sol cayó sobre mi cabeza como agujas candentes. Dolía. Todo el mundo, y eran muchos, se había refugiado bajo el entoldamiento penumbroso de los árboles del Paseo del Prado. Yo hice lo mismo. Pero claro, las sombras eran profundas y bordeaban la imposibilidad fotográfica. No me sentía con ganas de nada, y tampoco de fotografiar. El ambiente festivo me tocaba las narices; hasta los gays, hacia los que siento una cierta simpatía cuando ejercen como tales, me resultaban cargantes, molestos con su indesmayable y compulsiva necesidad de fiesta y de reír y reír, como si el asunto tuviera alguna gracia. Aunque claro, mejor beber, bailar y follar que quedarse quietos ante la puñetera mierda que se despliega delante de nuestras narices. Sí, mejor el buen rollito del amor que la cósmica tristeza del aburrimiento y el malestar. Me parece…
NUEVE HOMBRES SOLOS, de fiesta, aunque no lo parezca…
Hombre, solo, esperando. Se ha vestido así precisamente para lo contrario, para no estar sólo; para mezclarse con los suyos. El atuendo no tiene nada de particular, únicamente que no es habitual, aunque depende del escenario y de la situación. Al fin y al cabo la forma de vestir es una convención como otra cualquiera, todo depende de la obra que se represente. Esa tarde, al sol, había muchos hombres vestidos así: todo era perfectamente normal, una vez más. Muchos de ellos, juntos, con los suyos, parecían felices.
«Uno es uno con otros; solo no es nadie.» Antonio Porchia
Los «hetero», príncipes de la normalidad sexual, no solemos bailar para celebrar nuestra sexualidad y compartirla, bailamos de otra forma y sólo un rato: más seria, más interesada, más sosa, más contenida; estamos satisfechos (y no todos) pero no orgullosos. El intercambio de genitales es lo de menos, que cada uno los intercambie con quien le de la gana o con los que más gusto le den. La cuestión no es esa. El asunto esencial estriba en cómo enfrentamos unos y otros la sexualidad, al menos aparentemente. Mientras que gays y lesbianas mantienen una actitud viva y desinhibida con su cuerpo: se exhiben, provocan, juegan y bailan, nosotros, los heterosexuales, deseamos en silencio, calladamente y siempre dispuestos a la deslealtad oscura, mentirosa y cobarde.
Nada como tener algunos vicios para aprender a relativizar. Jules Renard
Parafraseando a Renard: en aras de la salud de una sociedad, debería incorporarse a los datos civiles de sus integrantes su vicio o vicios, sin los cuales no podrían obtener la mayoría de edad o los derechos civiles como ciudadanos libres y aptos para convivir con sus congéneres. Éstos, en una cantidad mínima de cinco por ejemplo, podrían ser intercambiables por otros nuevos a medida que se agoten los anteriores; o ir aumentándolos para intentar equilibrar la decepción de vivir.