Solo encontramos las ilusorias imágenes de otro tiempo, acariciadas por la épica y el cine…
Son ya demasiados años soportándome; ya me lo sé todo. No obstante, hoy voy a intentar contemplarme ordenadamente (y ser un poquito imbécil, a ver si consigo sacudirme el aburrimiento). Martes, diez de junio de dos mil ocho. Me he levantado a las siete y diez minutos. He hecho unos moderados, mecánicos y rutinarios ejercicios gimnásticos (para no desmoronarme del todo). También he desayunado moderadamente y luego, a las ocho, he encendido el ordenador. Me he dicho; para controlar mi permanente dispersión, voy a preparar un guión de lo que voy a hacer a lo largo de la mañana:
* repasar el libro que leí ayer y mencionarlo en el diario (me conmovió)
* leer un poco: Sobre arte y literatura, de Joseph Joubert,
* otro rato: Pensar, de Vergílio Ferreira,
* y otro: Peleando a la contra, de Charles Bukowski,
* escribir un poquito,
* y luego, preparar el viaje a EE.UU. de Agosto.
* Paralelamente escanear unas fotografías de un viaje reciente a Madrid.
Salimos del café de buen humor, pasamos un buen rato charlando con la señora agradecida que nos despidió efusiva. Continuamos hacia el oeste (algunos viajeros iban al revés, hacia el este, pero a mi no me parecía lo mismo, a pesar de mi manía de circular en sentido contrario siempre que puedo). Estábamos contentos, pensábamos que al menos hoy, llevábamos el ritmo de viaje adecuado: avanzar, parar y nuevamente avanzar, sin prisas.
Después Kingman. Paramos y paseamos por una avenida con las vías del tren a un lado y edificios al otro. No aparecían fotografías concretas, necesarias, nítidas, deseables; pero caminar tranquilamente por Kingman estaba bien. De vez en cuando me paraba, dudaba y seguía. Quería fotografiar los interminables convoyes de vagones de mercancías, arrastrados por cuatro locomotoras que no cesaban de pasar en ambos sentidos. Me interesaban las rotuladas con el nombre de Santa Fe. Llevábamos dos días viéndolos y siempre me asombraba su interminable longitud. A pesar de que esperamos a que pasara, no llegó ninguno, así que me conformé haciendo esta fotografía, levemente evocadora de una estación, muy bonita, por cierto.
Continuación de lo que contaba ayer: son las 12 horas, del trece de enero y, pepefuentes.com, ha tenido una visita desde Nuevo México y otra desde Mendoza (Argentina), pero se han marchado enseguida. El primero ha estado sólo treinta y siete segundos; debe haber sido como mirar fugazmente un escaparate caminando. El otro casi cuatro minutos, pero sólo ha visto cuatro pantallas (siempre según los datos que me ofrece google), una de dos, o ha dormitado un rato, o se ha interesado vivamente por el contenido de alguna de ellas. Desde España ha habido algunas más, pero casi todos son visitantes que vuelven y eso me gusta: deben ser almas amigas y desconocidas, y también perdidas como yo. No me importa que haya pocas visitas, sin embargo, me alegra cuando hay muchas (sólo en relación a pocas); debe ser porque mi inocente y estéril hábito me entretiene más.