"...que es ajena a mí y a la vez cercana para reconocerme como su constructor". Juan Muñoz
NADA QUE ESCRIBIR I… sigo sin tener de qué hablar y sin terminar nada de lo empezado, así que echaré mano de citas. Serán aleatorias, sin orden ni concierto, y su aparición azarosa viene determinada por el orden en el que aparecen en un documento de mi carpeta de trabajo titulado -borradores diario- y que es una especie de bodega en la que reposan apuntes o citas que pueden llevar años y que me vienen estupendamente para estas circunstancias de tribulación y urgencia: «Esta conducta de indiferencia o de repulsión por las curiosidades, las inclinaciones y las costumbres que nos rodean en nuestro presente, me parece en sí misma por lo menos necia y reprobable. Rechazar el presente, aislarse en la nostalgia de un pasado ya muerto, significa negarse a pensar. Me parece más necia todavía, sin embargo, y aún más censurable, la conducta contraria, o sea, obligarnos a nosotros mismos a venerar y a seguir todo cuanto de nuevo comparece a nuestro alrededor. Esta es una ofensa todavía peor contra la verdad. Supone tener miedo de mostrarnos como somos, es decir, cansados, desabridos, ya inmóviles y viejos. Supone sentir terror a ser dejados al margen, sentir terror de vernos rechazados, con nuestras inútiles nostalgias, en nuestros reinos de ruinas». Natalia Ginzburg
…Unas horas antes: salí del ascensor exterior al edificio del Museo y me adentré en una de las salas. Rectangular, vacía, blanca, de altísimos techos y suelo de formas geométricas, sólo habitada por una pequeña escultura de Juan Muñoz sentada a uno de los lados, sentí que la belleza misteriosa y sobrecogedora me sacudía con fuerza. Por instinto me apresuré a sacar la cámara del bolso, aunque sabía que no se podía fotografiar. Antes de que me diera cuenta, tenía pegada a mí a una vigilante achaparrada y malencarada. Me dijo algo que no entendí muy bien aunque sabía cuales eran sus indicaciones. Me agache ostensiblemente para poner mi oreja cerca de su boca y claro, me lo volvió a repetir y esta vez sí me di por enterado: NO SE PUEDE FOTOGRAFIAR, me dijo. Me incorporé, la miré desde «mi imponente estatura», comparada con la suya claro, y la contesté de muy mal humor: –sí, efectivamente esto es una cámara, pero que la lleve no quiere decir que vaya a utilizarla, ¿de acuerdo, señora?- Asintió. Me alejé de muy mal humor…
Aclaración: todas las fotografías que aparecerán acompañando el relato de mi visita a la exposición de Juan Muñoz, conseguí hacerlas en una distracción de los vigilantes, y no se corresponden con la narración que hago de mis impresiones. Eso sí, todas son obras de esa exposición.
… Me encontraba inmerso en un estado de ánimo que iba desde la euforia estética, o metafísica tal vez, a la frustración; me sentía pequeño frente a un creador de la dimensión de Juan Muñoz, con el que sólo tengo en común el año de nacimiento (lamentablemente él lleva muerto casi ocho años). Se produjeron algunas situaciones más propias de representaciones del absurdo: por tercera vez entré en la misma sala, la primera que vi nada más llegar. Vacía, grande, con una composición geométrica serial en el suelo y con un solo con un personaje, pequeño, sentado en uno de los laterales. En ese turbador escenario había un grupo de aproximadamente veinte visitantes: perturbados mentales con rasgos faciales deformados por la enfermedad. Oí asombrado lo que les decía la monitora, guía, cuidadora o lo que quisiera que fuera: les explicaba que la razón de que sus rasgos sean popularmente conocidos como «mongólicos» es por las similitudes con los de los mongoles (de verdad), y a su vez les señalaba la relación con los rasgos de algunas de las caras de las esculturas de Juan Muñoz. La charla resultaba muy didáctica y también muy «mongólica». Adiviné los pensamientos de la vigilante del principio: ¿qué haces aquí otra vez?, parecía decirme con la mirada. Empecé a sentir una especie de vértigo opresivo: no sólo era el escenario, impresionante de por si, sino además, los torpes movimientos de los enfermos mentales alrededor de la solitaria y sobrecogida figura de Juan Muñoz y el absurdo discurso de la monitora…
…El montaje, esplendido en general (uno de los mejores que yo haya visto nunca en ese museo), en algunas salas alcanzaba una insondable e inolvidable belleza. Por ejemplo, en una de ellas: en la inmensidad solitaria del espacio, las esculturas de dos hombres blancos (otros, la mayoría, eran grises). Uno, sentado en un banco corrido frente a una mesa de madera bastante grande; podía disponerse a comer o quizá lamentaba alguna desgracia, o quizá esperaba a alguien de presencia improbable. El otro, en una actitud impenetrable y enigmática, alejado dos o tres metros, apoyaba la cabeza en la pared y parecía mantener un dialogo inacabable y ensimismado con alguien que podía estar al otro lado, o dentro de sí mismo. Movía la boca en un parlamento que se adivinaba monocorde, interminable y sin esperanza. En el resto de la sala, nadie. Bueno sí, el también astuto, pero aburrido vigilante. «A veces pienso que una escultura conserva su interés para mi cuando permanece extraña…» Juan Muñoz
DIGRESIÓN NUEVE. Joker. EE.UU. (2019). Guion: Todd Phillips y Scott Silver. Dirección Todd Phillips. Música: Hildur Gudnadóttir. Intérpretes: Joaquin Phoenix, Robert de Niro, Zazie Beetz, Frances Conroy, Brett Cullen, Bill Camp, Shea Whigham, Dante Pereira-Olson, Douglas Hodge, Jolie Chan, Bryan Callen, Brian Tyree Henry, Mary Kate Malat. Vimos la película el domingo dieciséis de febrero (fin de semana de gran intensidad cinematográfica) y hoy, lunes 17, es el día de cumpleaños de mi padre (93), cincuenta y uno vivo y cuarenta y dos muerto (los padres, para los hijos, siguen cumpliendo años estén vivos o muertos). Película que suscita grandes interrogantes esenciales y trágicos sobre los comportamientos humanos. Joker da miedo, aterroriza, es un hombre de aspecto y actos sórdidos, escalofriantes. Pero la cosa no se queda ahí, por supuesto que no, porque es fácil sentirse aludido en algunas de las terribles situaciones de las que es víctima Arthur Fleck (Joker). En caso de que uno se viera injustamente vejado por tres abominables tipos, sin causa ni razón, y además brutalmente golpeado pero con la real y feliz casualidad de tener un revolver en el bolsillo ¿qué haría? Para mí la respuesta no ofrece sombra de duda: utilizarla. No solo para defenderme, sino para quitar de en medio a tres hijos de puta. Luego, todo lo demás que le sucede a Fleck, obedece a una fatal e inevitable lógica. Pero, circunstancias argumentales aparte, lo esencial de esta perturbadora película es cómo la narra Todd Phillips y los elementos de los que se sirve: la ciudad sombría y desoladora, el edificio, el ascensor, el pasillo hasta la puerta del apartamento, el propio apartamento donde Fleck vive con su madre, los clubes a los que asiste o donde actúa, la agencia donde trabaja; todo, absolutamente todo lo que rodea a Joker, provoca sensaciones de inquietante desasosiego plenamente conseguidas. Y la tremenda excepcionalidad del personaje que nos ofrece la historia no lo es tanto, ya que las reacciones agresivas y extremas que tiene Joker mantienen la coherencia y el sentido de la persona brutalmente golpeada, burlada, despreciada, aislada, hasta que ya no puede más. Los instintos defensivos, reactivos y de desagravio que pone en funcionamiento Arthur Fleck están en la naturaleza humana, quizá ese es el aspecto más inquietante de esta descorazonadora historia. A estas alturas, ya conviene decir que la película es perfecta en su construcción, ritmo narrativo y gótica estética. Espléndida fotografía y banda sonora de Hildur Gudnadóttir. Joaquin Phoenix inmenso, descomunal. Mejor que nunca.
PS. Última hora del Coronavirus: hay noticias espeluznantes, como que puedan seleccionar o elegir entre enfermos a tratar o abandonar a una muerte probable. La mala nueva es que ya son cerca de 1000 los muertos. La buena noticia es que en China están superando la fase crítica. Y, la previsible e innecesaria, es que el Rey (el nuestro) solemnemente dice cosas como: “Somos una sociedad en pie frente a cualquier adversidad”. Pues que bien, estamos salvados entonces.