Evocan historias míticas sobre las que ya solo es posible soñar…
COLECCIÓN DE MISCELÁNEAS
SEIS: Sobre Afganistán
Llevamos días y días soportando una presión informativa sobre aquel lejano, mítico e indómito (también monstruoso) país, sin que yo consiga tener una idea cabal, ni del problema ni de las posibles soluciones. Es habitual mi desconcierto. En este caso lo mejor que podría hacer es callarme, pero no es este diario un espacio de silencio y tampoco un envase al vacío con mis células cerebrales en conserva. Ellas son, como los afganos, indómitas, incontroladas e inasequibles a la sensatez y el equilibrio.
En los tiempos que corren toca que la civilización occidental -léase liberal, democrática, capitalista y “progresista” y todo al mismo tiempo- se escandalice. Pues qué bien. Hace tan solo unas pocas décadas, lo que tocaba era hacerlo por la intervención estadounidense en Vietnam, más o menos con los mismos presupuestos: salvar a un país del salvajismo comunista. En nuestro caso (España), hace dos siglos, que contrastado con una vida humana es mucho tiempo; sin embargo, comparado con la historia, es un soplo; nos rebelamos contra la invasión civilizadora e ilustrada francesa (nosotros éramos el Afganistán de la época, gritando -vivan las caenas-). Todavía loamos aquella resistencia numantina. Hace dos milenios lo mismo, otra obcecación sangrienta (Numancia), que seguimos celebrando, ante la corriente civilizatoria que representaban los romanos. El caso es que toda esa papilla de hechos históricos, tan contradictorios a lo largo del tiempo, unida a mi convicción de que cada cultura, bloque político (mundo occidental), nación-estado, región, ciudad, pueblo, barrio, comunidad de vecinos y por último, casa o familia, tienen la obligación ética de resolver sus problemas por sí solos (otra cosa sería intervencionismo o en el peor de los casos imposición e imperialismo, sea del bando que sea), me sume en una perplejidad desde la que no veo la luz.
A pesar de mi ignorancia y falta de criterio en geopolítica, intuyo que tendrán que ser los propios afganos los que solucionen el problema propio (en caso de que realmente lo sea para ellos) y que nadie más puede hacerlo. O, dicho de otro modo, por poner un ejemplo, si a las mujeres las atropellan los malditos talibanes, pues es sencillo: que los maten y sanseacabó (cada una de las mujeres esclavizadas que pase a cuchillo al hijo de puta esclavista mientras duerme, por ejemplo). Seguro que, a partir de ahí, esos malditos salvajes se lo pensarían. Esa solución me parece más real y eficaz que la que tenga que ir un chico de Murcia o de Wisconsin a hacerlo por ellas. Creo que, sin querer y a lo tonto, me he alineado con Biden.
Por otro lado, ¿acaso no tiene fama el pueblo Afgano de ser inconquistable e irreductible? Pues que los buenos se carguen a los malos. En buena lógica y lamentablemente, la guerra civil está servida allí; por menos la hicimos nosotros aquí, porque también éramos tan indomables como ellos (ahora ya somos otra cosa).
De todo lo dicho, tal vez, tendría que avergonzarme en nombre de los melindrosos principios de la corrección política (esa que nos llevará por delante a los de aquí, a los occidentales); pero no lo haré porque hay momentos en la historia que o matas o mueres.
La Fotografía: Una representación escultórica de un talibán medieval, de hace un milenio, pero de aquí. Echamos a los invasores y llevamos siglos ufanándonos de aquellos momentos históricos, justamente lo mismo que hacen ahora los dichosos talibanes (también en nombre de un Dios). Curiosa y paradójicamente, aparte de su inhumano trato a las mujeres, como pueblo, son invencibles, una cualidad heroica moralmente muy apreciada.