Hombres en los márgenes de mi vida…
M. es un chico muy joven, atento, afable, cercano. Siempre quiere mejorar en todo lo que hace. Trabaja en la noche (de eso le conozco) y además boxea. Es bueno en eso. No sé hasta dónde quiere llegar boxeando y me parece que él tampoco. Dice que, para que un combate sea pleno, hay que sentir dolor y si no, no vale. Creo que tiene razón, aunque el dolor maldita la falta que hace; pero, reinterpreto y asumo sus palabras en el sentido que, o se siente de verdad (dolor o placer), o la experiencia es plana, insustancial, prescindible. Sencillamente, mejor hacer otra cosa que la desgana. Me gustan mucho las películas clásicas de boxeo, las de los años cincuenta, también Toro Salvaje, de Scorsese. Literariamente, me encantó el relato de Norman Mailer sobre Muhammad Ali (En la cima del mundo), y los relatos cortos de Gay Talese sobre boxeadores, especialmente El perdedor, sobre la figura de Floyd Patterson. Aunque, paradójicamente (lo digo por mi propio sentido dramático de la vida), también me atrae un personaje como Arthur Cravan, que tenía más de exhibicionista que de valiente boxeador. Sobrino de Oscar Wilde (esa circunstancia debe marcar profundamente), poeta, conferenciante, crítico de arte y hombre espectáculo. En su delirio artístico-deportivo decía cosas como: «Rellenar mis guantes de boxeo con rizos de mujer» (eso lo entiendo bien). M. no es nada frívolo, como Cravan, es un hombre serio y consecuente con sus sueños de luchador. Algún día pediré a M. que me hable con ganas de las sensaciones que tiene peleando físicamente para vencer al –otro-. A mí me hubiera gustado ser boxeador y ganar todos los combates, solo que en mi caso, al –otro-, lo llevo dentro desde siempre. Maldita sea, y además suele ganarme. Quizá la clave sea transmutarme en él, porque al fin y al cabo lo tengo cerca. M. y yo sólo hemos compartido saludos y breves charlas afectuosas los fines de semana (siempre nos vemos mientras trabaja), y media tarde en -la habitación-. La sesión de toma funcionó muy bien, pero fue insuficiente, porque intuyo que había más posibilidades de las que aproveché.
…Probablemente, esta opción entre en contradicción con mi actitud ante la vida y el mundo, que no es otra que admitir cualquier posición que adopten los demás; salvo las agresivas e intolerantes hacia los otros. Todo puede valer mientras funcione para hacernos más llevadero el peso del mundo (aunque tengo que reconocer que me resulta muy difícil relacionarme con la estupidez en cualquiera de sus innumerables facetas). A veces las digresiones me estropean el mensaje (o no), por lo que retomo lo que quería decir: ese cierto relativismo con el que enfrento la vida, muy probablemente tendría que conducirme a ofrecer una versión del retratado a través de varias imágenes, para que resultara más abierta y polifacética (todos lo somos, a fin de cuentas); pero eso me abocaría a la ambigüedad y a la nada por exceso. Llegado a este punto, sólo me queda comprometerme con una única imagen…
Prueba de retrato de Nacho
TODO EMPIEZA DE NUEVO…pero claro, eso no es suficiente del todo porque, a partir de ahora, necesito saber qué fotografiar. Saber, por ejemplo, si seguir al impulso intuitivo y visceral o seguir un camino prefijado. Saber, si continuar con las líneas de trabajo de siempre o abrir otras nuevas. Y luego, cómo no, determinar si seguir haciendo todo con los recursos de siempre o buscar otros, si volver a positivar o conformarme con la producción digital a partir de negativos. O retomar e intentar realizar retratos u olvidarme de esa posibilidad por engorrosa ¡Es tan cansado aguantar a la gente! No sé, lo cierto es que ahora estoy en blanco…
HABITACIÓN DE RETRATAR XI. R. el compañero de C., es un hombre tranquilo, apacible, cariñoso y atento, muy atento. Siento un gran aprecio por R., porque siempre que ha tenido ocasión me ha demostrado consideración y ganas de complacerme desinteresadamente. Por ejemplo, por mis irrefrenables ganas de realizar retratos propongo a gentes conocidas fotografiarlas, y eso nunca es fácil. Siempre hay que regatear un poco y salvar sospechas y desconfianzas y la mayoría de las veces no sale nada. Sin embargo, cuando se lo propuse a R, él me contestó: -por supuesto, dime cuándo y cómo lo hacemos y allí estaremos-. Sin más preguntas ni condiciones. R., confió en mí y hace bien, porque soy un tipo de fiar. Detectar gente en la que puedas confiar y además acertar es un rasgo de suprema inteligencia…