El diálogo entorpecido…
DIGRESIÓN SEIS: En Terapia. Epílogo. Perfecta y sobriamente realizada y fotografiada. Gran talento cinematográfico. Y teatral. Cuando descubrimos esta soberbia serie solo faltaban unos pocos días para que despareciera de la parrilla, así que había que correr para que nos diera tiempo a ver los 28 capítulos que contiene. En todo momento lamenté no haber dado con las dos temporadas anteriores, de 40 y 45 capítulos cada una. Habría sido un gozo inmenso ver la serie cronológicamente. Tampoco he sabido de la americana, también de tres temporadas y más de cien capítulos, protagonizada por Gabriel Byrne, que, por cierto, físicamente se da un aire a Peretti. Quizá, las dos anteriores, e incluso la estadounidense, se puedan ver en Internet, aún con la consiguiente pérdida de calidad de imagen. No sé, puede que, a pesar del desfase y las pérdidas, las veamos, porque solo han pasado tres días desde que terminamos de ver la tercera temporada y ya estoy echando de menos a Guillermo Montes. Me encanta el mundo de las terapias y el infinito juego que ofrece la atenta escucha del otro. Además, son muy teatrales y a mí me gusta mucho el teatro.
DIGRESIÓN NUEVE. Consentimiento. Autora: Nina Raine. Directora: Magüi Mira. Intérpretes: David Lorente, Nieve de Medina, María Morales, Jesús Noguero, Candela Peña, Pere Ponce, Clara Sanchis. Teatro Valle-Inclán (24 de marzo). Fuimos porque la sinopsis nos resultó sugestiva, ya que situaba los hechos en la delgada línea de lo moralmente admisible, o lo contrario. El fiel de la balanza, la autora, lo fiaba a las palabras y no solo a los hechos. Las palabras son peligrosas de por sí, casi más que los hechos y, en esta obra, fueron esenciales, claras e incendiarias, y no porque fueran especialmente suntuosas, sino porque ardían y los protagonistas consiguieron que sonaran a verdad y desgarro. Aparentemente podría parecer que solo era una historia de amoríos, infidelidades, vacíos e incomunicación entre parejas (lo de siempre), pero no, la intención iba más allá porque ponía el dedo en la llaga de la insondable insatisfacción vital y en la imposibilidad de conjugar fidelidad y deseos. La obra se promociona, especialmente, con el tratamiento y búsqueda de la verdad entre la violación (violencia) y el consentimiento (pasividad), que quizá solo sea parálisis por pánico. También sobre si romper el acuerdo, generalmente implícito, de fidelidad sexual, es un modo de violencia hacia el otro. La teatralización aporta un matiz más a la dialéctica femenino-masculina, que a mí no me chirrió en absoluto: hombres temblorosos y lloriqueantes y mujeres poderosas y decididas (atención al mensaje subliminal, tan omnipresente en estos tiempos). En cuanto a la representación, fue brillante, no solo porque el escenario amplio y longitudinal del Valle-Inclán permite ver la obra a pie de escena (estábamos en primera fila), sino también por la gran movilidad de los actores, próxima al lenguaje performativo. Muy acertada y esplendente la escenografía, montada en torno a unos cubos modulables que permitían una continua improvisación de interiores. La transición de escenas y situaciones las pautaban los actores en breves coreografías, quizá un tanto forzadas, aunque bien ejecutadas. La dirección de Magüi Mira es vigorosa: mantiene un ritmo que no decae en ningún momento y, sobre todo en la segunda parte, alcanza un crescendo que los actores sostienen con textura y credibilidad. El único aspecto un tanto descuidado fue el vestuario, que era decididamente feísta y mejorable. Los actores estuvieron todos soberbios, especialmente Nieve de Medina y Candela Peña, aunque en esa valoración quizá también influya la anécdota que sucedió media hora después de acabada la obra. Entramos a cenar algo en un bar de enfrente, hacia la mitad de la cena llegaron todos los actores y se situaron en la barra, no muy lejos de nosotros. Cuando salíamos, teníamos que pasar cerca de ellos y, al llegar a su altura, Candela nos paró diciéndonos -no podréis negar que habéis visto la obra, porque erais los más atractivos de la sala-. Claro, vanidosos como somos, tanto Naty como yo, en el acto, nos pusimos en modo levitantes. Charlamos un rato con ellos, especialmente con Candela y Pere Ponce, se mostraron amigables y sonrientes; nosotros también, naturalmente. Hablamos un poquito de teatro y de cine, unos minutos, y después nos fuimos porque tampoco quisimos imponer nuestra presencia a perfectos desconocidos. Todo estuvo bien esa noche, tanto la obra como la anécdota.
UN PRODUCTIVO VIAJE A MADRID (nueve de diciembre) VIII. Luego (ya era el día siguiente, el nueve), nos acercamos a un bar de copas de unos amigos, recientemente inaugurado. Allí se celebró una pequeña fiesta de cumpleaños del hombre que aparece en esta fotografía y que no somos ninguno de los demás. Lo pasamos bien en una continuada puesta en escena de risas y ligereza, como suelen ser las cosas en la noche y en las que a mí tanto me cuesta entrar, aunque esta vez estuve bien, relajado y tranquilo. Fue un perfecto colofón a un día de intensas emociones. Llegamos a casa de vuelta a las cinco de la mañana, dieciocho horas después. A veces, la vida tiene sentido.
DIGRESIÓN NUEVE. Refugio. Autor y dirección: Miguel del Arco. Escenografía: Paco Azorín. Intérpretes: Israel Elejalde, Carmen Arévalo, María Morales, Raúl Prieto, Macarena Sanz. Comienza la representación con una explosiva discusión entre Suso (Elejalde) y Ana (María Morales) sobre la vida de un partido político plagado de corruptos y corruptelas (parece un trasunto del PP aunque no se mencione, aunque podría ser de cualquier partido). Momento dialécticamente brillante interpretado con potencia y credibilidad por Elejalde. A partir de ahí, del Arco, construye una escenificación en la que los personajes de una familia burguesa, con suegra incluida, hablan y hablan hasta el agotamiento, pero nada solucionan y, sobre todo, nada clarifican en sus propias vidas. Por si fuera poco esa absurda situación, en la familia hay incrustado un refugiado que se salva de un naufragio, no así su mujer y su hijo (exigencias mediáticas del guión de lo políticamente correcto). Algunos críticos han querido establecer una analogía con Teorema, de Pasolini, pero a mí me parece que nada tiene que ver una situación con la otra. En Teorema, el extraño era una presencia inquietante y catárquica que cuestionaba el sentido de las vidas de los integrantes de una familia burguesa; en Refugio, el misterio no es tal, sino únicamente un trazado grueso para apoyar una determinada lectura de la coyuntura política actual. Por si faltara poco en ese desolado paisaje humano, el refugiado recibe las apariciones de su mujer ahogada junto con su hijo. Todos están solos y muy jodidos con sus vidas. Miguel del Arco lo quiere contar todo y eso aboca a constantes roturas de ritmo. Todo mezclado, crisis existenciales de adolescentes, crisis de la política representativa, crisis artística de la mujer de Suso, fracaso existencial de la suegra, crisis de la política de acogida de refugiados, crisis, crisis, crisis…y todas las crisis anegadas de palabras y palabras y palabras, atropelladas, inconexas. Todo parecía que cabría en una sola función, pero no, no cabía, por acumulación. Todo es crítica, pero tibia, y los protagonistas no tienen culpa de nada, ni nadie, al parecer. Ni falta que hace. A pesar de su prometedor planteamiento, no consiguió involucrarme. Para mí hay algo descompuesto en ella y quizá no sea otra cosa que, a pesar de su irreprochable puesta en escena e interpretaciones (salvo la chirriante hija de Suso), no me sentí aludido y la emoción ni siquiera me rozó.
DIGRESIÓN OCHO. Perfectos desconocidos (2017) España. Guión: Jorge Guerricaechevarría, Álex de la Iglesia (Remake: Paolo Genovese, Filippo Bologna, Paolo Costella, Paola Mammini, Rolando Ravello), Dirección: Alex de la Iglesia. Intérpretes: Belén Rueda, Eduard Fernández, Ernesto Alterio, Juana Acosta, Eduardo Noriega, Dafne Fernández, Pepón Nieto, Beatriz Olivares. A mí no me gustan las historias de enredo, en cine o en cualquier otro formato. Sí me gustan las comedias, pero como casi todas son de enredo, no veo ninguna. Es el altísimo precio que pago por haber sido hijo único (no conozco hijos únicos chistosos), haberme criado aislado (de otros niños), haber vivido en Toledo (ciudad desoladoramente triste), haber leído mucho a Unamuno (en la post adolescencia), no haber sabido bailar en los guateques (a mí solo me gustaba meter mano), no haber sido capaz de practicar deporte con un mínimo de habilidad (ningún deporte, y probé varios), haber tenido siempre la sensación de haber sido un paleto y, por si fuera poco, un amante mediocre (las mujeres que me buscaban, no lo hacían por mis habilidades eróticas, lo he sabido siempre; lo que no he conseguido saber nunca es por qué era). Podría seguir pero, para qué. Como introducción de lo que quiero decir sobre la última película de Alex, ya está bien. Por el contrario, él, de la Iglesia, es un tipo con un enorme sentido del humor y capaz de hacer unas comedias estupendas, como Perfectos desconocidos. Qué gran diferencia entre Alex y Almodóvar, en beneficio de Alex, claro, debe ser porque es vasco que son muy chistosos (supongo) y el otro es manchego, como yo, que de graciosos tenemos poco. Bueno, a lo que iba, la película: interesante, ágil, dinámica, negra, vitriólica desde el primer minuto. Por si fuera poco, está realizada con una pericia técnica y narrativa de gran cineasta. Da un poco igual las interioridades de los personajes de la historia, supongo que son corrientes, o quizá no tanto, porque normalmente no hay personajes así por el mundo, yo al menos no me los encuentro (bromeaba con Naty comentando que si nosotros quisiéramos practicar un juego como el que propone la película, nos pasaríamos toda la noche mirando el móvil sin recibir ni un puto mensaje, ni correo, ni llamada, ni nada). Lo más importante es cómo cuenta de la Iglesia la boutade, el ritmo, el equilibrio y las soberbias interpretaciones de los personajes. Todos están grandes. Magnífica película. Quizá, mi entusiasmo radica en que es una obra de teatro filmada esplendorosamente, y claro, a mí me entusiasma el teatro.
UNA TARDE NOCHE, EN MI PLATÓ VOLVIÓ A SUCEDER EL MILAGRO, que fue, nada menos, que delante de mi cámara hubo personas dispuestas a que las retratara. Hacía más de un año que no lo conseguía. Está claro para mí que si tuviera que elegir un solo tipo de fotografía con el que pasar el resto de mi vida, sería el retrato. Nada me interesa más. A pesar de mi interés, casi siempre me suelo decepcionar con los resultados que obtengo. Bien porque con los retratados no tengo la conveniente y deseable conexión, positiva o negativa, da igual una u otra; o simplemente porque no soy capaz de desentrañar los enigmas que esconden los retratados. Lo importante es sentir algo ante las presencias en el visor de la cámara. Y que ellas también sientan algo. Parece fácil, pero para mí no lo es. Es como una descarga eléctrica, un chispazo, y nunca sabes a priori si sucederá o no. Pero, lo deliciosamente motivador, estimulante hasta la euforia es intentarlo. No hay una experiencia fotográfica más excitante para mí. Luego, ante el negativo y posterior positivo compruebo que la magia, una vez más, no acudió a la cita. Y los nuevos rostros se parecen demasiado a los demás; o no, y solo son mis retratos los que se parecen. Pero claro, a pesar de que desee ardientemente que suceda el prodigio, no me suele salir. Será porque me falta talento. Sí, seguro que es eso. A pesar de mis miedos e inseguridades, en la sesión de toma de esa tarde noche, todos lo pasamos muy bien. Los fotografiados resultaron ser unas personas encantadoras y divertidas que se entregaron con ganas a la ceremonia fotográfica. Todavía no sé si los retratos funcionarán (aún no los he positivado) pero, si no es así, la culpa será exclusivamente mía.