Cura que se dio a la bebida porque no le amaban las mujeres…
…y lo vi; probablemente había estado allí todo el tiempo, silencioso y acobardado. Decidí que fotografiarle era imprescindible. Bajé a recoger lo necesario antes de que el pobre imbécil postrado en el sillón reaccionara. Al lado del coche, los misteriosos obreros me miraron como se mira a los locos, con estupor e incredulidad; y yo a ellos, porque también me parecieron absurdos. La diferencia es que ellos, seguramente, tendrían que responder ante cualquier insensato que había comprado su tiempo, y yo, sólo ante mí. Hacían lo suyo para comer ese día, y yo, para no morirme al atardecer. Ellos tenían el sentido, y yo, cualquier otra cosa. Ignorada. El tipo del sillón en la planta superior del edificio: en un notorio delirium tremens…
…Me pareció un cura bajo los efectos de una brutal borrachera. A duras penas se le entendían algunas palabras inconexas. Balbuceaba con un hilo de voz sobre su hastío, sobre su pérdida de la Fe, que se había esfumado con el primer embate de una medrosa razón. El paso del tiempo le había despojado de los ropajes del artificio con los que había representado, durante demasiados años, la insulsa e inaudita ficción de una imposible vida eterna. Por si fuera poca su calamidad, me dijo que se había quedado sin su ocasional compañera de juegos eróticos y sin el regazo que le prestaba para que reclinara el vacío desde que sintió el sinsentido de sus creencias. Su amante, se había cansado de la sombra de culpa con la que oscurecía su relación y se había fugado con un alegre y despreocupado consumidor de viagra. La percha vacía de su vestido aún seguía colgada a su lado, como último testimonio de una presencia consoladora y perdida para siempre…
…Le fotografié. A él le daba igual. A mí también. Su caso no ofrecía gran interés. Era como el de tanta y tanta gente, como el mío; un caso de naufragio existencial, el resultado de sueños anegados por el lodo pegajoso y putrefacto del vivir. La rebaba de tantas y tantas ridiculeces. A él, en su vida, le dio por la absurda necesidad de una fe imposible de sostener que al final se le había escapado por los implacables sumideros de la razón, esa que antes o después aparece, salvo en los casos de incurable imbecilidad…
…A lo largo de las horas que compartimos techo, no habíamos sido conscientes de nuestras mutuas y delirantes presencias. Era un individuo sórdido y penoso que se revolvía en el sillón con torpes y desfallecidos movimientos, en una especie de inconsciencia alucinada…
ARREPENTIMIENTO: el uno de enero de dos mil dieciséis, en este diario, afirmaba lo siguiente: “-Tengo un gran propósito: no leer (escuchar) nada de actualidad política y social-“ y lo he incumplido flagrantemente en los últimos días del mes pasado, de lo que me arrepiento, por haber pecado gravemente contra el principio de la coherencia. Qué se me habrá perdido por esos vericuetos argumentales completamente desconocidos para mí. Yo, de movimientos político-sociales, no tengo ni puñetera idea, como de casi nada. La calidad e inteligencia de mis opiniones no pasan de las que pueda tener un opinador de codo en barra de bar, con los pies sobre cáscaras de gambas, y con el sonido de fondo de máquina tragaperras. Grasiento todo. Así me he portado en estos últimos días. A mí qué coño me importa, al borde de la tumba ya, el destino de nada ni de nadie. Es más, lo pasaría mucho mejor contemplando cómo todo se va a la mierda, así que, ojalá siga la fiesta de destrucción y predominio de la estulticia, y que por fin este país cumpla con su destino largamente demorado: la autodestrucción. Cuanto peor, mejor, más entretenido todo. No lo volveré hacer, lo prometo. “Abajo todo, todo, excepto la derrota”. Luis Cernuda
…El cura borracho balbuceaba y se removía torpemente por los efectos de la descomunal y terapéutica borrachera. Al menos había conseguido una pequeña y engañosa tregua, y que su conciencia aflojara la presa que había hecho en su alma. Más tarde, cuando la ofuscación etílica cediera, el dolor volvería con él, incesantemente; pero yo, ya me habría ido y olvidado del abandonado e indefenso individuo, durante tanto tiempo obcecado en vivir de espaldas a la vida, aferrado a incalculables y malignas mentiras. No hay paz para nadie y todas las elecciones tienen un precio. Siempre.