La casa estudio de Manuel Alonso Reguilón, en Ciruelos…
…Así fueron transcurriendo las dos horas y media que pasé con mis amigos. Como un suspiro. Antes de marcharme, Manolo me llevó a su nuevo estudio, construido en una casa colindante que compraron hace unos años. Me fue enseñando obras soberbias en hierro que yo no conocía y algunos proyectos grandes que había diseñado: uno de ellos, para Granada (homenaje a Lorca), era un monumento aéreo, grácil y sólido al mismo tiempo, pleno de equilibrio dinámico y sugestión poética; otro, expresionista, sin concesiones a la «contemporaneidad» artística tantas veces hueca, era un homenaje a las víctimas del brutal atentado del once de marzo de dos mil cuatro. En esta obra aludía al sufrimiento, a la muerte y a la solidaridad y Manuel lo representaba con una gran escultura en piedra, una persona aplastada por la tragedia que sostiene a otra desmadejada, herida. No salió, los jefes de ese asunto, con su «moderna» miopía no supieron ver y oír, al parecer, por problemas presupuestarios. Allá ellos. Ahora ha creado un sugestivo y bellísimo -homenaje a la música antigua-, una estructura de notas musicales que se combinan y mezclan, hacia dentro y hacia fuera, en hormigón; pero esta vez se conforma con que la financien (solo los materiales) y la coloquen frente al colegio del pueblo donde viven, y así la vean sus nietos cuando vayan y vuelvan. Pese a que sería un regalo para el pueblo puede que ni siquiera llegue a realizarse, me temo. -No te preocupes si finalmente no se hace, Manuel, estamos sitiados por la ignorancia y la mediocridad-, debí decirle, pero no hacía falta, ambos lo sabemos bien…
…Después de fotografiar, hablar y ver obras en proceso y recientemente terminadas y también algunas de las decenas de acuarelas terminadas y enmarcadas, bajamos a tomar un aperitivo antes de comer. La charla continuó contándonos nuestras vidas en estos últimos años de ausencia y sobre lo que son ahora. Después de comer y de una larga sobremesa unas últimas fotos poco antes de marcharnos. Nos fuimos a las cinco y media, tampoco queríamos abrumarles con una presencia interminable, por supuesto. Creo que la visita fue larga, pero me consolaba pensando en lo que dice Emmanuel Carrère «Una visita siempre agrada, si no cuando llega, al menos cuando se va».
…El caso es que fotografié el estudio y a Manolo en él, en su espacio, pero claro, yo no estaba cómodo porque pensaba: -el numerito que me estoy montando es un abuso de su confianza- También les hice, a los dos, un primer plano del rostro para mi mural de «los ochenta y cuatro» (primeros planos de caras). Me sentía sobreexcitado, motivos tenía, a raudales: estaba pasando el día con unos amigos entrañables, fotografiaba, todo lo que veía me estimulaba: el estudio, obras de creación por doquier, todo era perfecto. Elaboraba mis teorías sobre el hecho de hacer y de fotografiar; del inmenso sentido que tenía que estuviéramos juntos contándonos y recordándonos. Suponía que mi sobreactuación a Manolo le estaba haciendo mucha gracia, y así era, al rato de presenciar mi intensa puesta en escena, dijo: -coño, pepe, pareces un cura- y después de una pausa añadió con sorna -pero de pueblo-. Nos reímos, razón tenía, toda. No me arredré y seguí con lo mío: el entusiasmo. Charlamos de obras, de proyectos que lentamente se iban quedando atrás y de lo que hacía ahora: sobre un plano de madera añadía relieves modelados en madera componiendo formas, abstracciones geométricas, equilibradas, con ritmos que sugerían a la naturaleza en movimiento, o quizá musicales. Luego, pintaba sobre esas composiciones, reforzando el sentido del movimiento y del equilibrio. También, en otro espacio contiguo, realizaba grandes acrílicos. Todo se movía en el estudio de Manolo. Resiste sin desmayo. Cómo no. Tiene veinte años más que yo, ha vivido infinitas experiencias más y ha creado obras escultóricas en todo tipo de tamaños y materiales: hierro, bronce, mármol, piedra, materiales plásticos, tierras, y todo pleno de sentido conceptual y formal. También pintura, en todo tipo de soportes y técnicas: acuarelas, oleos, carbón, sanguinas, acrílica. Ah, y además el teatro: muchos años gestionando grupos amateurs y representando obras en clave de comedia del arte…
«Se vive con la esperanza de llegar a ser un recuerdo». Antonio Porchia
…La conversación en cuanto al relato de sus vidas la sostuvo Tete, vital, animosa, generosa y grande en su manera de entender el hecho de vivir y dar sentido real y auténtico a su vida. Manolo, matizaba y sonreía. También él contó sabrosas anécdotas sobre teatro y arte. Sencillamente, una conversación entre personas respetuosas que han aprendido, que ya saben un poco. Yo giraba la cabeza de derecha a izquierda a medida que hablaba y escuchaba, en un lado la mirada y el gesto determinado, optimista e incansable de Tete y sus preguntas sinceras, queriendo saber cosas mías; y de otro, el gesto más adusto de Manolo, pero tranquilo y sin dejar de pasar la oportunidad de acuñar una «boutade» necesaria, o esbozar una sabia sonrisa de conformidad y asentimiento inteligente; también brillaba en momentos de experimentado y sabio escepticismo. Sí, ya sé, esto puede sonar a convencional y natural, pero no, ni mucho menos, es casi inaudito y desde luego extraordinario. Hacía muchísimo tiempo que no mantenía una conversación plena de sentido e interés. Lo normal y terriblemente decepcionante es que el sentido del oído esté obturado por la ultra desarrollada y ansiosa necesidad de intercambiar egos y trivialidades, siempre activa e incansable. La degradación cultural llega a unos niveles inauditos en los que lo básico y necesario se convierte en extraordinario e inencontrable…
DIGRESION DOS. Petra. España (2018). Guion y dirección: Jaime Rosales. Intérpretes: Bárbara Lennie, Álex Brendemühl, Joan Botey, Marisa Paredes, Petra Martínez. Oriol Pla. La película ha gustado mucho a mucha gente. A mí, no sé. La vi más o menos interesado, aunque no conseguí involucrarme del todo en la enrevesada y maligna historia que cuenta. Completamente tóxica, parece un catálogo de todas las mentiras imaginables y de todas las desgracias posibles. Con reminiscencias shakesperianas no termina de prender en ese caladero porque le falta la nervadura y credibilidad precisa y necesaria. Una vez constatado esto, nos queda como lo cuenta Rosales, y la historia resulta fría, mecánica, poco convincente. Los esbozos de perfiles de cada uno de los personajes no profundizan lo suficiente de tal modo que resultan extraños, en ningún momento se puede empatizar con ninguno. Los constituyen golpes de efecto, epatantes, y luego, una vez que la onda expansiva se asienta, nada. Antes de comenzar a verla me froté la manos expectante porque el personaje por excelencia era artista y me dije, alguna reflexión sobre arte habrá, digo yo; pero solo es parte del decorado, salvo por la conclusión del artista de que el arte solo es cuestión de dinero; tenía razón. Además, las tan celebradas interpretaciones no lo son tanto. Bárbara transita por la historia ausente y casi insustancial (y cuidado que me gusta esa mujer); sí me gusta bastante Marisa Paredes en su secundario papel; y los demás ni fu ni fa, a pesar de que a Botey todo el mundo le haya reverenciado. Ellos sabrán. No obstante, su personaje está bien dibujado, tanto como para ser el único que pueda salvar esta historia llena de buenos propósitos y resultados seguramente olvidables.