DIEZ REFLEXIONES EXISTENCIALES DE UN HOMBRE INVISIBLE IX.
«Un hombre que escribe nunca está solo». Paul Valery. Mi paisaje está despoblado, apenas si hay tres o cuatro figuras que me mantienen en relación con el mundo vivo externo (a veces no tan vivo). Me he convertido en un codicioso coleccionista de tiempo propio, intransferible e incompartible. El tiempo es una amante insaciable y al mismo tiempo huidiza que, a poco que me descuido, se aleja de mí sin compasión. Como si fuera una Lolita inmaterial que me esclaviza, huyo con ella para así disfrutar de su compañía sin interferencias. Mi tiempo elegido (compartido o no) lo amaso, lo acaricio, lo como, lo bebo, lo esnifo, lo paladeo. Es dependencia y desesperación por su incesante huida. Leo, escribo, fotografío, sobre él y pensando en él, para no darme cuenta de su inmisericorde pérdida. El drama se atenúa si al menos convivo con él lo más intensa e íntimamente posible. Siento tristeza; hay personas que todavía perviven en mi corazón y a las que ya no veo porque no tenemos nada que ofrecernos; nuestras mercancías existenciales ya no son intercambiables y hemos perdido demasiada sangre en el trayecto. Sólo queda tiempo para avanzar por un camino solitario, ligeramente empinado y despoblado, y cuando la fatiga aparezca descansar un rato antes de seguir cada vez más solos. Al menos siempre quedará la tarea íntima y consoladora de contarlo aunque nadie lo escuche; quizá con eso baste. « Goza sin cesar de la soledad.» Marco Aurelio.