Obviamente no viví aquella tragedia: nací bastante después. Cuando empecé a entender la situación me hice militante antifascista (el régimen político que sufríamos lo era). Una vez superada aquella etapa todo empezó de nuevo y me olvidé de demagógicas e interesadas militancias; de eso hace ya treinta años. No me explico el afán actual de intentar revivir todo aquello, con una máquina de etiquetar en la mano con la que pretenden clasificar hasta el polvo. En circunstancias extremas, y esta lo era, la naturaleza humana se muestra salvaje y no distingue ideologías ni razones; sólo instintos, de unos y de otros. Ahora, después de tanto tiempo, sólo me interesa el sentido común y las personas: especialmente las que me gustan. No quiero saber nada de ideologías, están en proceso de extinción y además su sectarismo empobrece la vida: he conocido a demasiados «progresistas» con alma fascista y «conservadores» de espíritu tolerante y generoso. No, no seré yo el que califique a personas por el color de la papeleta de su voto o el color de su camisa; ya no. Ya sólo creo en la relatividad de cosas y valores, y en los míos. También, fervientemente, en la ampliación de la mirada y en el ensanchamiento de los paisajes (hoy vemos hasta unos árboles). Setenta años después, quiero acordarme de todas las víctimas, y ahora ya sin colores; tanto de las que perecieron como de las que sobrevivieron sufriendo. Sin duda, sobre su sangre y su tragedia, hemos llegado a lo que somos hoy. Cuando ya aquellos cuerpos son polvo, y polvo cargado de razones y sinrazones, de crueldad y grandeza, de ideales y miseria, merece la pena ir olvidando con una tranquila sensación de comprensión y gratitud hacia todos, absolutamente hacia todos los que intervinieron.
16 DICIEMBRE 2006
© 2006 pepe fuentes