8 AGOSTO 2007

La procesión se para (yo ya lo estoy, en la orilla), y a este individuo le toca  pararse a mi altura. Pasan los minutos y nadie se mueve (yo tampoco; no tengo dónde ir).  Miro a este señor, vestido hoy de forma tan peculiar, por si consigo entender algo; pero no, nada. Él procura no mirarme, como ahora. Siguen pasando los minutos y la situación empieza a ser embarazosa. Le fotografío, pero  no colabora, sabe que es objeto de mi observación un poco obsesiva. Me digo: –bien, aunque ahora no lo entienda, quizá lo consiga  con la fotografía y todo se aclare-. Resultó  bastante mediocre, por cierto, porque  el tipo no puso nada de su parte. También me digo: – este hombre lleva en este mundo más o menos el mismo tiempo que yo,  y somos tan distintos como si hubiéramos nacido y vivido en galaxias diferentes-. La enorme distancia que nos separa, me parece, no ayuda precisamente a  comprenderle y ni siquiera a que me caiga simpático (supongo que si conociera a un marciano, en principio, me caería bien, pero éste no, no lo consiguió, aunque tampoco lo intentó, la verdad). Como estamos mucho tiempo frente a frente (él algo escorado y huidizo), intento imaginar como es su alma (aparentemente piadosa) y lo hago observando atentamente  las líneas que ha ido dejando el tiempo en su cara (no me imagino que sean consecuencia de intensas experiencias) y que va, tampoco me sugieren nada.  Menudo tostón está resultando lo de la procesión parada. El procesionario a lo suyo y  que no, que no está por darme alguna pista, ni siquiera sonríe y tampoco parece que lo esté pasando bien. Me digo: –por qué coño se habrá vestido así, si no parece que esté viviendo una experiencia trascendente, si no más bien aburrida?- a lo que me contesto que esas son cosas que YO NO PUEDO COMPRENDER.