9 AGOSTO 2007

ESTOS DOS están un poco más allá. Como no saben qué hacer (supongo), tanto tiempo parados por la lentitud del asunto que se traen entre manos esta mañana, charlan entre ellos de vez en cuando. Al individuo que está de frente le conozco vagamente, pero no sé nada de él. Se hacen llamar Mozárabes y, según parece, sus orígenes se remontan a bastante más de un milenio y eso es algo que a mi me asombra: ¿cómo es posible llevar durante tanto tiempo esos pesados ropajes encima sin cansarse o abandonar? (se los van pasando de padres a hijos, aunque esto no lo sé fehacientemente, nadie me lo ha contado). Tienen suerte, de que no les caiga una generación de tipos como yo, porque su entretenimiento secular se acabaría. Éstos, sin embargo, no parecen dispuestos a dejarlo nunca. Decididamente, entender estas cosas no está a mi alcance.  Después,  pregunto a mi amigo Manolo, que está veinte o treinta metros por delante de mí, sobre mis inquietudes y preguntas sin respuesta y a él tampoco se le ocurre ninguna explicación. Nos tomamos una cerveza y nos largamos a nuestras respectivas casas, a olvidar; yo por lo menos.