Cuatro de Junio II: después de fotografiar a Maximiliano, al que le han adjudicado el papel de Pedro IV, que cumple a la perfección, impasible y elegante como lo fue en su corta vida (ambos, Maximiliano y Pedro, murieron jóvenes, en la treintena, y los dos fueron hombres distinguidos, bienintencionados, pero con muy mala suerte), nos dirigimos con lentitud hacia el Castillo. Las cuestas hasta llegar a la fortaleza son cada año más empinadas. Pronto se convertirán en precipicios vertiginosos que nos harán mutar de animosos e incansables caminantes, a descansados viajeros en tranvía. Llegamos a la puerta del Castillo, miramos hacia el interior y a nuestro alrededor, donde se movían hiperactivos numerosos grupos de turistas y, abrumados por lo que sin duda resultaría predecible, decidimos volver sobre nuestros pasos, aunque por otras calles. Como siempre, desde el Castillo, bajamos a la zona de los miradores (siempre hacemos lo mismo,) y allí fotografiamos un poco, también como siempre. La panorámica del Tajo, desde la ciudad, siempre resulta fascinante y esta vez la imagen de familiares y domésticos tresillos mirando al río, me llamó la atención. No nos decidimos a bajar e instalarnos en uno de ellos a tomar cerveza fría. Habría estado bien, seguro…
12 JULIO 2010
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