El hecho de fotografiar con propósito desde hace muchos años, me ha costado, casi sin querer, contar con un pequeño archivo de retratos. Maldita la gracia que tiene, porque la memoria duele. Uno agoniza lentamente guardando y guardando. Tuve un amigo (años ochenta) que vivió en varias ciudades y nunca llevaba equipaje, sólo las manos en los bolsillos, la mirada siempre dispuesta a la seducción, y el cuerpo tensado y dispuesto al sexo sin compromiso; nunca más de una noche con la misma mujer. Me he distraído de lo que quería decir. Vuelvo: a lo largo del tiempo, con todas las personas que he fotografiado, he tenido una relación más o menos amistosa; con unos más que con otros. Les fotografié, bien porque me lo pidieron o bien porque quise tener una atención con ellos, por simpatía, o porque me gustaban. Algunas veces por estrategias fatales: mujeres a las que deseaba. En fin, después de los retratos, les regalaba una copia y todo resultaba maravillosamente amistoso entre nosotros. ¡Vivan las cordiales y alegres relaciones sociales! Y las eróticas. Ahora, revisando aquellas antiguas fotografías, constato que llevo décadas sin saber nada de las vidas de muchos de ellos. Seguro que ya no se parecen a cómo eran; físicamente, claro, porque de lo demás no cambia casi nada. Sobre esto tengo una teoría, nada original por otra parte: creemos que cambiamos, pero no, es el mundo el que lo hace. Uno mismo sólo envejece. Nada más y nada menos. Seguramente sólo se podrían reconocer ellos (los fotografiados). Cuando se pararon frente a mi cámara apenas si les conocía, y luego desparecieron completamente de mi vida (quizá porque no les gustó la fotografía que les hice). Qué sabía o más bien qué recuerdo del tipo de la fotografía de hoy: era profesor de gimnasia de mi hijo, aunque le conocí un tiempo antes; se llamaba A., y se seguirá llamando así, espero; era futbolista, pero no supe si bueno o malo; estaba casado con una mujer muy desenvuelta (creo recordar que poco después de esta fotografía se separaron, eventualidad que sospeché el día que les fotografié porque estuve con los dos más de dos horas); era capaz de intelectualizar cualquier asunto, por nimio que fuera, hasta dotarlo de una pretendida profundidad. También me parece recordar, vagamente, que era un buen tipo. Ni supe ni recuerdo nada más de este hombre. No le he visto desde hace más de veinticinco años y no creo que le vuelva a ver. Es más, si nos viéramos no creo que nos reconociéramos. Deseo que le haya ido bien, muy bien, todos estos años y los que aún le queden por vivir. Ah, se me olvidaba, esta serie se titula: -Qué habrá sido de ellos…-
28 ENERO 2011
© 1984 pepe fuentes