…Divisé a lo lejos a un hombre embozado que caminaba tristemente, mirando al suelo con una fijeza inquietante; dispuse la cámara para fotografiarle antes de que llegara a mi altura. Lo hice, pero sin resultados: el negativo tiene insalvables desperfectos. Le observé mientras se acercaba y cuando pasó a mi altura. Caminaba ensimismado, con una expresión dolida, parecía gravemente deprimido o aquejado de una crisis de identidad, o algo parecido. No me miró. Debían ser sus demonios lo único que le interesaba. O, tal vez, cuestiones existenciales, como a mí. La niebla aún persistía, pero se debilitaba paulatinamente. Seguí dispuesto a transportar mis viejas cámaras y mis dudas (viene a ser lo mismo). Cuando se alejó le fotografié por la espalda. No volvió la cabeza…