…Por eso, el viernes veintiuno de marzo, me fui por ahí, al campo, quizá el único entorno que hace que me sienta tranquilo, aunque tristón, melancólico. Por suerte o por todo lo contrario, los paisajes en los que caí cuando llegué aquí (tampoco es que viniera de ninguna parte) no tienen, que yo pueda ver, ninguna singularidad especial; pero es que ninguno la tiene una vez que te has acostumbrado a moverte de un lado para otro en ellos. Esa vibración de apasionado amor a la tierra propia, que tanta gente siente, no la entiendo bien. Tampoco los que cantan loas cada día al hecho de estar vivos (parecen vivir entre las páginas de un libro de autoayuda) contemplando con arrobo cualquier cosa, por banal que sea, cualquier paisaje, especialmente si son lejanos. Sin embargo, como es inevitable que yo no pare de echar gasolina al fuego de la contradicción, me pasa eso mismo cuando un paisaje me gusta mucho, como los paisajes desérticos en los que gozaría incansablemente. Así de laberínticas e incomprensibles son las cosas del sentir y del querer.
28 ABRIL 2014
© 2007 pepe fuentes