30 DICIEMBRE 2015

© 1983 pepe fuentes
Autor
pepe fuentes
Año
1983
Localizacion
Angel (Toledo, España)
Soporte de imagen
-120 MM.- TRI X 400
Soporte de copias
ILFOBROM GALERY FB
Viraje
SELENIO
Tamaño
19,5 x 24,5 cm
Copiado máximo en soporte baritado
2
Copias disponibles
3
Año de copiado
2002
Fecha de diario
2015-12-30
Referencia
5164

Un año más y ya son muchos. Una navidad más. Procedo de una infancia donde predominó la soledad y el silencio, por eso recuerdo cálidamente esos momentos de aquellos años en los que, excepcionalmente, los días adquirían una textura tibia y acogedora. Venían a mi casa gentes que apenas conocía o nosotros visitábamos a familiares. Me causaba alegría que hubiera gente alrededor en un ambiente festivo. Todos parecíamos felices y cariñosos unos con otros. Ahora ya nada es igual a entonces, aunque lo parezca. Desde hace mucho tiempo, tanto que ni siquiera me acuerdo, todo cambió. En estos últimos años, y no todos, Naty y yo solemos acercarnos el día de Nochebuena a la ciudad vieja, también conocida como «el casco», a dar una vuelta. Esa procelosa aventura a veces está bien porque vemos a bastante gente, vagamente conocida, deambulando por los bares de siempre. Es una experiencia turbadora porque muchos nos conocimos cuando éramos jóvenes, y ya no lo somos. Cada año, entre la una del mediodía y hasta las tres o las cuatro, nos movemos entre los recuerdos de un pasado que ahora se nos antoja luminoso y despreocupado y una realidad, la de ahora, que más bien parece un estremecido deambular entre los despojos de una guerra perdida: la del tiempo (y la vida). Todo es amigable y afectuoso entre los que nos reconocemos y nos acercamos a saludar: nos abrazamos y besamos y conseguimos sostener, durante unos diez minutos al menos, ligeras y positivas conversaciones sobre lo que nos ha pasado en los últimos tiempos. Pero, como no nos ha pasado nada relevante, nos cansamos enseguida y, si nos ha pasado, tampoco vamos a contarlo así como así. Pues bien, este año empezamos el vagabundeo a la una y cuarto, en un bar próximo a la plaza principal. Allí charlamos un rato con algún que otro conocido de hace muchísimos años, especialmente con L., que hace unas décadas fue amigo principal. Luego, nos acercamos a otro bar en el que habíamos quedado con otro amigo importante desde hace más de treinta años (el de la fotografía de hoy). Aparentemente, ni él ni nosotros somos los mismos ya. No puede ser de otro modo. La pregunta que cabe hacerse es si somos lo que nuestros cuerpos y facciones representan ahora y si todavía nos parecemos a lo que fuimos. Este amigo esencial, que lo sigue siendo, era alto y delgado, de inteligencia muy viva y ocurrente. Tenía una muy notable capacidad de análisis y habilidad para situarse en el mundo. Pragmático y eficaz siempre. Para mayor adorno de su manera de ser, era sensible y cariñoso. Ahora, treinta y tres años después, sigue manteniendo las mismas virtudes que le hacían relevante, a las que ha añadido el patrimonio de experiencias vitales y existenciales. Se puede decir que ha tenido éxito en su vida, de lo que me alegro mucho, sinceramente. Pero, mi amigo ha envejecido. Todos lo hemos hecho, y a todos nos da por deambular tres horas, todos los años, por los bares del «casco» de la ciudad, el día de la «noche buena». Nos miramos de reojo, asombrados y pesarosos (yo al menos) de cómo nos han abatido unos pocos años, no tantos. Algunos hasta caminan renqueantes y encogidos por un peso que va más allá del mero paso del tiempo. En otros resulta más desolador el evidente avejentamiento de rostros y cuerpos. Mientras que la escenificación del deterioro transcurría tenebrosamentea nuestro alrededor, comíamos migas, o paella, o carcamusas en platitos de plástico y bebíamos vino o cerveza. Charlábamos de naderías entre risas y la plena conformidad de todo entre nosotros. Como si no pasara nada, y eso era bueno para nuestro momentáneo bienestar.  

Pepe Fuentes ·