9 MARZO 2016

© 1982 pepe fuentes
Autor
pepe fuentes
Año
1982
Localizacion
Luis, Toledo (España)
Soporte de imagen
-120 MM.- TRI X 250
Soporte de copias
ILFOBROM GALERY FB
Viraje
SELENIO
Tamaño
13,5 x 20,5 cm
Copiado máximo en soporte baritado
2
Copias disponibles
1
Año de copiado
1982
Fecha de diario
2016-03-09
Referencia
5395

DIGRESIÓN NUEVE. La guitarra azul. John Banville, (2015). Traducción, Nuria Barrios. El pintor Oliver Orme, ha dejado de pintar, y casi de vivir. Le han abandonado la inspiración y las ganas. Siempre quiso robar y siempre lo hizo. Pequeños hurtos, nada sustanciosos, pero que suponían la emocionante pasión de apropiarse de algo que no tenía, pero no tanto era la posesión como el acto en sí, el de alargar la mano a algo prohibido. Ese irrefrenable deseo, solo podía ser sublimado por el arte, en este caso la pintura. La clave está en hacer tuyo lo que no lo es, bien si lo robas, lo escribes, lo pintas o lo fotografías. En definitiva, si lo recreas, como puedas o sepas. A eso se le llama arte, si lo haces bien claro; sino solo supervivencia. Yo estoy en lo de fotografiar (la escritura, como lo de la fotografía solo me sale regular, la utilizo para ayudar en el alumbramiento, pero al menos me gusta, mucho). Quizá sería mejor robar, más real, más físico, luego más erótico, tal vez. Con la fotografía, también robo, pero sirviéndome de «gatgets», las cámaras, que son los guantes, la nocturnidad y la coartada.«La pintura, como el robo, era un infatigable afán de posesión y yo fracasaba sin cesar». Hago mía la sensación de Orme, extrapolada al hecho de fotografiar. Pues bien, la novela de Banville es redonda, espléndida desde cualquier perspectiva, sobre todo la literaria porque sus palabras son un torrente que fluye desbordante e impetuoso. Te sorprende y te hace gozar. Con eso digo poco y nada nuevo, pero qué puedo decir yo de Banville; casi nada, porque su talento contiene inabordable y matizadísima literatura que me sobrepasa. Ante esa efervescencia solo queda disfrutar. En el caso de La guitarra Azul, el interesante e indeseable protagonista, el pintor Olivier, se mueve por el mundo y por su vida como un espectro que solo oye sus sensaciones y necesidades. El propio Banville lo describe como un ser monstruoso, pero eso sí, divertido, que no cómico. A mí no me parece del todo ni una cosa ni otra; más bien creo ver en él a un hombre marcado por la coherencia, es decir, por la tragicomedia que siempre señala a lo inaprensible. Sí, porque para Orme la vida consiste en una agónica dicotomía entre el sí o el no. No hay escala de grises; o está enamorado arrebatadoramente o no lo está de ningún modo (en realidad, como dice Banville, lo está de sí mismo, como todos); o apresa el secreto del mundo pintando, o hacerlo se convierte en un trabajo molesto y prescindible. Una categoría existencial extrema solo accesible desde la locura o tal vez el genio. Lúcido e implacable. Oliver mantiene un diálogo descarnado y permanente con el amor, con el arte, consigo mismo y su lugar en el mundo. Ha abandonado la pintura y se interpela sagazmente sobre esa decisión: «Y así, lo inexpresable se impuso, se abrió camino hasta ocupar toda mi visión y mostrarse con tanta solidez como si fuese real. Me di cuenta de que, al intentar atravesar la superficie para llegar al corazón, a la esencia, había pasado por alto que es en la superficie donde reside la esencia; y de ahí y de nuevo me encontré de vuelta en el principio. Así que era el mundo, El mundo en su totalidad, lo que debía abordar. Pero el mundo es resistente, vive de espaldas a nosotros en alegre comunión consigo mismo. El mundo no nos permite entrar en él…¿Comprendéis mi conflicto? Lo expondré de nuevo de forma sencilla: el mundo exterior, el mundo interior y entre ambos el abismo insalvable, infranqueable. Me rendí. Mi gran culpa, la mayor, es haber perdido la esperanza». John Banville. 

Pepe Fuentes ·