EL PASEO DIARIO. Segunda parte (de cuatro): Sí, a pesar de que siempre hemos sabido que no figuraríamos en ninguna historia, no hemos dejado de trabajar y trabajarnos porque no había otra solución para nosotros. Al fin y al cabo todas las historias de gloria, sin excepción, serán pasto de aniquilamiento y olvido eterno. Lo que más nos ha importado ha sido nuestra propia vida y nada más. Nuestro propio e irrenunciable relato. Hemos utilizado el sueño del arte para intentar traspasar fronteras de realidad y llegar a algún territorio inexplorado, desconocido para el resto de los hombres y colocar allí nuestra bandera, lejos de todos y de todo, como y necesario argumento de nuestro existir. De nuestro pequeño pero irrenunciable sitio en el mundo.Todos somos iguales en eso, con arte o sin él. Decimos que amamos el arte, pero como dice John Banville: «Todo amor es amor a uno mismo». Balmaseda, me enseñó hace unos meses su ojo seco y me habló de su tristeza por no haber sido amado por el mundo artístico; pero qué más da eso Balmaseda -pensé-, lo esencial fue que mientras explorabas y trabajabas soñabas que eras, que vivías. Pero no se lo dije porque a él ya solo le importaba su queja, su lloroso lamento. Declinar lo injusto que ha sido el mundo con él. Hoy también me traje pegada a mi costado mi vieja cámara pequeña y he fotografiado el sitio vacío donde estaba plantado su Quijote, orgulloso y desafiante, como el propio Balmaseda. Fotografié la ausencia, quizá pretendiendo salvar lo que no tiene salvación. Nadie sabrá nunca de esta fotografía que contiene una sentida celebración mágica de lo perdido; sencillamente porque el hecho fotográfico solo dialoga en el territorio íntimo e intransferible del propio fotógrafo…
19 MARZO 2016
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