VEINTIUNO DE ABRIL (Loches III). En la zona de la casa que habitan los guardeses vi a una mujer de mediana edad que cocinaba con la puerta abierta. Me acerqué a saludarla. Me recibió sabiendo a lo qué había ido. Era la mujer del rumano (la rumana). Me apoyé en el quicio de la puerta y entablé conversación con ella. Se mostró infinitamente más amigable que su marido. Preparaba una masa de harina que extendía sobre la mesa y alisaba con el rodillo de cocina, la roció con un poco de aceite, puso el relleno (una irreconocible fritanga negra) y lo envolvió en la masa. Inmediatamente se puso a preparar una segunda. Las empanadas no parecían nada apetitosas. Mientras, charlábamos de la finca, de su trabajo allí y de que vivían en la casa desde hacía siete años. Me dijo que su vida podría mejorar con un trabajo en la ciudad y me preguntó si sabía de alguno. Contesté que no, que no tenía ni idea. Una jovencita de en torno a dieciséis años, alta, delgada, poco agraciada, trasteaba con los muchos perritos, aparentemente sin nada qué hacer. Poco después apareció otra, de unos quince, que me dijo que Charlie Brown era podenco, a lo que contesté que no, que era pinscher. Puso cara de no creérselo. Ambas niñas comentaron lo bueno que era Charlie porque no se había metido con ninguno de sus perritos. Seguí un rato charlando animadamente con la señora del rumano; no así con él, que no volvió a dirigirme la palabra, a pesar de que andaba por allí. No debí caerle bien (él a mí tampoco). No estaba sacando nada en claro de mi visita, pero al menos había conseguido hacer algo que llevaba tiempo deseando hacer. Después de un rato consideré que debía irme, que ya estaba bien de manosear el pasado. Me despedí de la cocinera y sus dos hijas y me fui. Volví andando despacio y mirando hacia atrás con frecuencia porque sabía que no volvería a ese lugar. Una cuenta pendiente menos. Hacia la mitad del camino giré a la izquierda y me adentré por otro que parecía ir hasta una casa de labor de los tiempos de mis abuelos y que fue también vaquería. Estaba completamente arrasada, en ruinas. Luego, seguí un poco más adelante, por el monte, hacia donde se encontraba la casa de mis abuelos maternos y que ahora es una zona urbanizada de chalets con pretensiones. No reconocía ese campo ya. Demasiadas desafortunadas transformaciones. Volví, algo apenado, donde había dejado el coche. Nos fuimos.
24 MAYO 2016
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