PEQUEÑO VIAJE A LAS TIERRAS DEL INCA
Capítulo siete: Sucre (Bolivia),
catorce de febrero, jueves
IV
“Después del tiempo ascendente del deseo y del tiempo excitante del acontecimiento llega el tiempo descendente del retorno. No hay viajes sin reencuentro con Ítaca, que da al desplazamiento su sentido mismo. Pues un perpetuo ejercicio de nomadismo se saldría de los límites del viaje para entrar en la errancia permanente, el vagabundeo”. Michel Onfray
Carlos era un gran conversador, capaz de escuchar (condición sine qua non, para poder otorgar ese título), sobrado de conocimientos y, sobre todo, con un empleo cuidadoso y rico de palabras, expresiones y argumentos. Por si fuera poco, tenía un gran sentido del humor con el que amenizaba inteligentemente las conversaciones. Un gusto. De vez en cuando Naty y yo fotografiábamos, o Carlos paraba para atender sus negocios. Perfecta mañana que, aunque de luz plomiza, resultó gratísima por el paseo, la ciudad, y la conversación. Invitamos a comer a Carlos en un balcón abierto a la plaza 25 de Mayo, la principal de la ciudad. Qué menos, después de su impecable y atentísimo trato. Nos despedimos a las dos y esperamos al taxi que nos llevaría al aeropuerto para iniciar el regreso, con escala en Santa Cruz.
COROLARIO: Tan solo estábamos a unas horas de tomar el vuelo de vuelta. Plenamente satisfechos con todo lo que habíamos visto y vivido. El único contratiempo (avería mecánica de mi vieja cámara grande), había sido generado por mí, nada achacable a nadie más. Quizá la avería del coche en la Reserva, pero eso careció de importancia y son imponderables que forman parte de los avatares posibles. Es más, la agencia lo resolvió de un modo brillante. Un viaje perfecto.