10 SEPTIEMBRE 2019

© 1952 pepe fuentes
Autor
pepe fuentes
Año
1952
Localizacion
Toledo (España)
Soporte de imagen
-DIGITAL-
Fecha de diario
2019-09-10
Referencia
8503

APENDICE A LOS TRES DÍAS DE AGOSTO (el catorce, por la tarde): mientras guardaba aburridamente los rollos de negativos revelados el día anterior, me acordé de que era la víspera de la fiesta que tanta ilusión me hacía cuando era niño ¡¡¡Qué bien lo pasaba!!! Y no era tan solo el jolgorio, que tampoco era tanto, sino sorprenderme ante el colorido de un escenario tan diferente al tristón de niño solitario que solía llevar. De pronto, un mundo de tonos festivos, alegres y deslumbrantes que hacían que mis ojos brillaran asombrados. A medida que cortaba tiras de negativos me dije: hoy tendríamos que salir para intentar revivir aquellas noches de la semana de feria, aunque ya no existan. Las imágenes se me agolpaban con una textura vibrante, repletas de sensaciones. Todo empezaba cuando mi abuela Modesta (en la foto de hoy) se pasaba el día cocinando: pollo con tomate, croquetas, tortillas, conejo al ajillo. Lo metía en cacerolas y estas en bolsas y ya estábamos listos, a las diez de la noche (creo recordar), para bajar a la Vega, al Paseo de Merchán, el central del recinto ferial: la arena del paseo regada y fresca y millares de bombillas colgadas de arabescos soportes que parecían estrellas que habían bajado a iluminar mi felicidad. Nos sentábamos en dos o tres mesas que juntábamos para toda la familia: abuelos, tías abuelas, tíos, tías y primos. El kiosco donde nos sentábamos sólo nos servía las bebidas dado que nosotros llevábamos la comida (éramos bastante pobres, aunque hambre no pasábamos). Los niños nos movíamos con alegría desbordante jugando en el paseo. Íbamos y veníamos a la mesa a comer y beber. Los adultos, sentados tranquilamente, también comían y bebían. Mi tío Eladio, siete años mayor que yo, podía alejarse con sus amigos hasta la zona de las atracciones de feria o incluso ir al baile del Casino, el de mayor tono de la ciudad, o al ChaChaPoga, el baile para los que no eran socios del Casino. Así pasábamos unas horas hasta que, ya muy tarde, volvíamos al barrio de mis tías abuelas (nosotros todavía vivíamos en Zurraquín). Para mí, esos momentos fueron como el descubrimiento de un nuevo mundo. Hasta esos días de fiesta no supe que la vida podía ser excitante y en tecnicolor. Durante años después y hasta la adolescencia seguí acudiendo a la Vega en los días de la feria, y siguió ilusionándome mucho. Disfrutaba con los amigos dando vueltas por los paseos y siguiendo a las pandillitas de niñas (ahora sería acoso) para intentar ligar, claro. De vez en cuando, montábamos en los coches eléctricos también para acosar a las niñas. Éramos unos acosadores absolutamente inocentes, tan solo éramos niños que ya queríamos jugar con la vida y que lo pasábamos estruendosamente bien. A ellas les pasaba exactamente lo mismo, les encantaba el juego. Si no, nos habríamos aburrido muchísimo todos. En todo eso pensaba el catorce de agosto por la tarde mientras introducía mecánicamente negativos en carpetas, sabiendo que por la noche no habría feria a la que ir, ni estrellas luminosas bajo las que bailar, ni gente entre la que mezclarnos alegremente, ni tortillas, ni conejo con tomate que comer a la “fresquita” como se decía entonces. Tiempo y momentos felices irrecuperables. Para siempre. Esta noche, en casa, Naty y yo veremos una película (de la que prometo hablar mañana), tomaremos una copa y luego nos acostaremos. La del catorce de agosto será una noche nostálgica, me parece, y absolutamente previsible, sin risas ni ilusionados jolgorios.

Pepe Fuentes ·