DIGRESIÓN CINCO. Chemi Bednieri Ojakhi (The happy family). Georgia (2017). Guion y dirección: Nana Ekvtimishvili y Simon Grob. Intérpretes: la Shugliashvili, Merab Ninidze, Berta Khapava, Tsisia Qumsishvili, Giorgi Khurtsilava, Giorgi Tabidze. Cinco de septiembre. No hay novedades especiales en mi vida, salvo que tengo la mano derecha muy hinchada porque debe haberme picado algún insecto con muy mala leche. Son las nueve y media y acabo de volver de mi paseo diario con Míster Brown que, a su vez, está dolorido en una de sus patitas delanteras y cojea ostensiblemente. A lo largo del paseo he escuchado un excelente podcast titulado El jardín de Voltaire: reflexiones filosóficas mezcladas con maravillosa música de época (barroca y clasicismo). Anoche vi la callada, modesta y emocionante película del título. Nada más reclinarme en mi cheslong de escribir, he buscado algo de información sobre Georgia, país del que nada sé. Me he enterado de que es minúsculo en cuanto a superficie y de que tiene algo menos de cuatro millones de habitantes. También, de que es un país tranquilo que alberga una sociedad patriarcal (como todas) y de que sus habitantes suelen ser amigables: “El apretón de manos es frecuente incluso en encuentros fortuitos; abrazar a alguien de un modo amistoso o besarle en la mejilla es también habitual, sobre todo entre jóvenes y mujeres”. (Wikipedia). La película avanza pausada y reflexivamente, con delicadeza y respeto, pero al mismo tiempo inmisericordemente, sin disimular o embellecer las miserias, frustraciones y la moralidad autolesiva que destroza a tantos seres humanos por miedo y desidia. Las tres generaciones de la familia viven hacinadas en un piso y todos se maltratan en aras de sus intereses por lo que el equilibrio es imposible en un microcosmos asfixiante. De ahí, de ese infeccioso magma, emerge Manana (52 años), la esposa, madre e hija, es decir, la piedra angular del entramado. En contra de lo que sería lógico, ella se hace grande y determinada y abandona la casa común reivindicando y afirmando su individualidad, sus necesidades vitales, sus sentimientos y su derecho a vivir como decida hacerlo. Lo hace con una firmeza triste e inconmovible. La cámara la sigue observándola, la acaricia, la respeta y ella devuelve esa delicada atención con una bellísima sobriedad. Y gana, por supuesto que lo hace, y eso es tremendamente ejemplar y gratificante. El dilema existencial que plantea esta historia es insoslayable para cualquiera que aspire a la dignidad propia ¿Estamos obligados a mantener la formas socialmente admitidas, o debemos romper drásticamente con ellas si estas no nos gustan y las gentes que las encarnan tampoco? Esta película propone una respuesta en el personaje de Manana y lo hace ejemplarmente. Película modesta, bella, emocionante. Una joya y un premio para cualquiera que se acerque a ella. Para nosotros lo fue: un bello colofón a un día plano, sin gloria.
16 OCTUBRE 2019
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