TUVIMOS UN REY CHAPADO EN ORO que se ha ido con la música a otra parte.
Sí, se ha largado con el botín, pero nadie sabe dónde (la escapada no parece un síntoma de inocencia, precisamente). No volverá, me parece. Es un saco de carne corrupta y trémula ante todas las tentaciones (sobre todo la codicia y la lascivia). Humano, demasiado humano (y no en versión Nietzscheana precisamente). A este individuo, el valor de la ejemplaridad no se la ha pasado por su cabecita, escasamente provista de componentes éticos y asombrosamente dotada para la especulación y los negocios turbios, a pesar de que ahora todo el mundo hable de sus portentosas facultades (serían genitales). Se supone que el rey es el ciudadano número uno del país sobre el que reina, porque según dice un plumilla que vierte sus perlas integristas en un medio nacional (Salvador Sostres, ABC, cinco de agosto), los reyes son los intermediarios de Dios en la tierra: “Los reyes, como los papas, no tienen que ver con los hombres sino con Dios. Es estúpido juzgar a los monarcas con criterios terrenales y además no sirve de nada. La monarquía es un don, una encarnación divina; ni es democrática ni está sujeta a las leyes que los hombres nos hemos dado, ni queda totalmente a nuestro alcance comprender su última profundidad y significado. Un rey no nos representa a nosotros sino a Dios”. Inaudito, Salvador. Nunca había leído una imbecilidad de tan inconmensurables dimensiones. Lo que no dice el creyente en portentos sobrenaturales es a cuál Dios se refiere (hay muchos, de ahora y de antes); porque el rey, sí, obviamente se refiere al chapado en oro, el Emérito. La víctima del inmerecido trato sobrevenido por causa de retorcidas conspiraciones, según dicen gentes parecidas a Sostres, ahora está vagando por el mundo sin paz ni acomodo; sin embargo, el individuo sabía, supongo, que el régimen que le otorgaba su razón de ser se sustentaba en el buen fin de la institución que encarnaba y el país al que se debía. Ahora, al dar noticia de su intención de perderse por los anchos horizontes del mundo, eso sí, cojeando ostensiblemente, dice que lo hace para que su hijo reine tranquilo y no por la estabilidad del territorio y las gentes sobre las que reinaba y que le han servido para enriquecerse obscenamente. En ese sentido, los Borbones, impostados reyes apátridas que tan mal me caen, siempre y por encima de todo han amado sus propios intereses y, por esa falta de lealtad a su malhadado pueblo, tuvieron que “salir por pies” en varias ocasiones a lo largo de su inacabable dinastía, pero parece que no han sido capaces de aprender lo que no se debe hacer, o todo lo contrario y sobre trampas lo han aprendido todo (en eso son reyes absolutos). Más del flamígero corifeo: “Un rey es el vínculo más atávico entre el hombre y Dios, el hilo retomado de la Creación en la Tierra, y es el deber de sus súbditos respetarlo, obedecerlo y custodiarlo hasta que Dios lo llame de vuelta a su regazo…” S. Sostres. Creo que nunca había leído nada tan intelectual, conceptual y moralmente inasumible para mí. Me gustaría entender qué es eso de -vuelta al regazo de Dios– y qué significará para el Sr. Sostres. Tal vez que Dios nos lo ha colocado con vaselina, o lo ha lanzado sobre nosotros como un artefacto sospechoso en plan -ahí va eso-, a mala leche, y ahora lo ha llamado a despacho y por eso se ha ido. En estos atribulados días, los muñidores de los medios de comunicación afines a los principios monárquicos dicen, básicamente, que hay que mirar para otro lado en pago y honor a sus inmensos méritos del pasado. Pues no sé, no es esa mi idea del meritoriaje culminado con éxito, porque este se convierte en graves demérito cuando falla lo más esencial: la lealtad, ejemplaridad e integridad moral. Sin honor no hay méritos ni Eméritos que valgan. Debe ser porque, para estas gentes, la realeza es divina, como dice el ferviente e iluminado Sostres: “Su idioma es el de la eternidad y es nuestra tarea de mortales tratar con devoción de traducirlo, de descifrarlo, aun sabiendo que el intento no va a poder librarse de nuestra natural imperfección…”. ¡¡¡Eso, que hagan con nosotros, pobres mortales, lo que mejor les venga, con inmunidad y desprecio para sus súbditos!!! Tengo que reconocer que todo este asunto me supera hasta el complejo (todo el mundo se ha vuelto loco y dice cosas disparatadas), y que lo mejor que puedo hacer, a pesar de que podría divertirme llorando (como un estafado más), es poner tierra de por medio (como el Emérito) y no volver a escribir sobre este enojoso asuntillo. No, no lo haré porque los dilemas y argumentos que tanto se están manoseando me aburren “soberanamente” y yo, en este mundo, estoy para otras cosas, para las de sin importancia, indudablemente…
11 AGOSTO 2020
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