21 SEPTIEMBRE 2020

© 1985 pepe fuentes
Autor
pepe fuentes
Año
1985
Localizacion
Toledo (España)
Soporte de imagen
-120 MM AGFA 25
Fecha de diario
2020-09-21
Referencia
5167

DIARIO DE ENVEJECIMIENTO TRECE, del nueve de Septiembre de dos mil veinte (9:00 A.M.)
Han pasado treinta días desde que cumplí un año más y seis desde el aniversario de la muerte de mi padre. Me acuerdo mucho de él, y eso me desalienta porque es un recuerdo vacío, sin hechos ni palabras. Fue un espectro en mi vida porque nunca hablamos de nada, y no fue porque estuviéramos enemistados, sino porque nada teníamos que decirnos. Sus silencios, que él nunca intentó superar (yo tampoco) me pesaban como losas y me perturbaban hasta soportar una permanente incomodidad cuando estaba con él. Supongo que nos queríamos, pero nunca tuve ni idea de la textura y color que podría tener ese supuesto amor porque nunca lo expresamos, ni remotamente. Si algo constituyó la manera de ser de mi padre debió ser la intuición, pero no estoy seguro ya que es un atributo inaprensible y casi indemostrable. Solo ofreció síntomas. El que un padre carezca de perfiles reconocibles es un poderoso argumento para no creer especialmente en el valor universal y absoluto de la familia; aunque sea útil en algunos momentos de la vida, el resto del tiempo solo es causa de complejos de culpa que te acompañan siempre: nunca se está a la altura de la tremenda deuda emocional que contraes por el hecho de nacer o de traer otras vidas al mundo. Sin embargo, sí reconozco que mueve sentimientos viscerales, pasionales y, tal vez, incomprensibles. Quizá, si hubiera tenido un padre con cosas hechas y dichas (madre si tuve) que me hubiera conformado de algún modo, pensaría de otro manera. No sé. Tuve un compañero de trabajo, hombre con fundamentos: bibliófilo y eterno diletante de todo lo que tenía que ver con la cultura y, en el colmo de las aficiones raras, hasta con la geología y la pesca de río. Compartimos algunas aficiones y momentos sumamente aleccionadores para mí, como cuando le visitaba algunas tardes y me enseñaba con pasión y amor ediciones de libros antiguos recién adquiridos, que sacaba de debajo de la cama porque ya no tenía espacio en la casa para guardar tanto libro. Lo recuerdo como un hombre bueno, serio, riguroso, íntegro y tremendamente generoso con todo lo que había aprendido, que contaba a quien quisiera oírle. Él sí tuvo un padre de los que dejan huella, un padre que fue digno de celebración en la memoria de su hijo por cosas dichas y hechas. Cada día, varias veces, se refería a su padre (ya había muerto) con el latiguillo: “…y mi padre dijo, y mi padre hizo, como decía mi padre…”, y así todos los días, varias veces. Curiosamente, su padre fue empleadillo en la misma empresa que nosotros pero eso sí, debió ser un hombre singular, de carácter, un sabio más allá de su aburrida profesión, porque la sabiduría no solía darse entre nosotros, los empleadillos. Yo nunca he dicho nada parecido a mi compañero porque mi padre ni decía ni hacía, que yo supiera… Sin embargo, ahora, tantos años después de su desaparición, creo que le quise y arrastro la culpa de no haber expresado esas sensaciones en aquel momento. Es una tristeza ya irreversible.
P.S.- Foto de hoy, mi excompañero

Pepe Fuentes ·