LOS MICROVIAJES: Provincia de Guadalajara. Tercera etapa (2): Sigüenza> Galve de Sorbe> Condemios de Arriba> Atienza.
Miércoles: veintisiete de Octubre de dos mil veintiuno.
Enseguida llegué a Condemios, pueblo al que no hice ningún caso, por cierto (ni siquiera paré). Mi objetivo era otro: la llamada Ruta de las esculturas (diseminadas por un gran pinar).
Gracias a Google enseguida di con el punto de partida de la ruta, señalada por un busto de un indio esculpido en el tocón de un árbol (supongo que un pino, porque alrededor solo había pinos).
Eran las diez de la mañana y me las prometía felices. Pensé: -primero fotografiaré al indio y luego, caminando despaciosamente al sol y siguiendo los indicadores que sin duda habrá, fotografiaré las demás esculturas (9, al parecer, había). Pasaré un estupenda mañana haciendo el indio, me dije. Lo cierto es que no esperaba gran cosa de la artisticidad escultórica de la ruta (más bien banalidades bien intencionadas) pero bueno, todo era insólito, divertido y, desde luego, soleado.
Una vez fotografiado el indio eché a andar hacia delante confiado en que enseguida me encontraría con la siguiente o, en su defecto, con un indicador que me dirigiera en la dirección correcta. No en vano el asunto escultórico estaba anunciado a los cuatro vientos como Ruta. Miré y miré alrededor y a cada paso me sentía más escéptico, porque esculturas no veía por ningún lado (indicadores tampoco). Empecé a temerme el más absoluto de los ridículos. Decidí avanzar en zigzag para que no se me escapara nada, pero, como es lógico, solamente veía pinos y pinos porque me encontraba en un pinar, elemental deducción. Después de dos kilómetros sin encontrar las dichosas esculturas, paré y me dije que la situación precisaba de ayuda a la desesperada. Recurrí a papá Google, y este, solicito, me mostró un video de una pareja de jovenzuelos un poco payasos, que decían, entre risas y tontunas, que les había costado un poco pero que las habían encontrado enseguidita; es más, que les resultó un juego de niños localizarlas, decían riendo y dando saltitos satisfechos, que era fácil fácil. Encima, las describían y las mostraban en el video. Mi enfado empezaba a alcanzar dimensiones bíblicas.
Pasó algún coche por un camino cercano con gente que parecía del lugar, los paré y les pregunté por la dichosa Ruta; me miraron como si estuviera loco, se encogieron de hombros y se largaron.
Caminé al buen tuntún casi una hora más, sin resultado. Entonces, súbitamente, me encontré con un pequeño poste de madera y las tablillas con flechas indicadoras en el suelo. Ah, me dije, ahora me toca lucirme haciéndome el listo: -si busco los orificios en el poste donde estaban alojados los tornillos que permanecían en la tablilla, reconstruiré el indicador y daré con las dichosas esculturas y además seré como el Sherlock Holmes del bosque-. Ni por esas, no lo conseguí.
Me rendí, sobre todo porque estaba harto de sentirme bastante tonto.
Me propuse un esfuerzo más, eso sí, en coche: había llegado por un camino, por lo que, pensé, si sigo adelante en coche, a pesar de que había indicadores que lo prohibían (el caso ya era de fuerza mayor) me tropezaré con ellas un poco más arriba, pensaba animosamente mientras ascendía la ligera pendiente que serpenteaba entre pinos. Ya, ya… y una mierda… lo menos treinta kilómetros avancé por tortuosos e impracticables caminos sin ningún resultado. Además, en el colmo de la torpeza me perdí por las inmensas e interminables sierras. Llegó un momento que me olvidé por completo de las esculturas porque mi único objetivo era conseguir salir sin daño del maldito laberinto. Lo logré, aliviado, a la hora de comer. Me apresuré para llegar a Atienza a buena hora. Menos mal que di con un agradable restaurante en el que una atractiva cubana (lo de cubana solo lo supongo, porque no me dijo de dónde era, pero del pueblo desde luego que no) me sirvió unas sabrosas lentejas y un excelente filete de caza. Mientras comí seguí la conversación de unos parroquianos que disputaban sobre la conveniencia o no de que los coches aparcaran en la plaza. Mi opinión no se la di porque no me la pidieron y porque no conseguí hacerme idea de qué sería lo mejor. Por otra parte, al fin y al cabo, yo no era de allí y me daba exactamente igual. La comida me ayudó a olvidarme de la aciaga mañana. De vez en cuando recordaba a los festivos senderistas diciendo que encontrar la ruta era cosa de niños, pero claro, yo no la encontré porque niño, niño, no era, desde luego que no, más bien todo lo contrario…
La Fotografía: Me propuse hacer un trabajo fotográfico fino: bajé la sensibilidad de la toma (100 ISO) y recurrí al trípode que todavía no había utilizado. Probé encuadres y finalmente me decidí por el clásico apaisado con el objeto en el centro. La clave de este tipo de fotografías siempre radica en la distancia: hay que encontrar el punto justo para enfatizar el motivo y casi siempre en estos casos opto por una distancia media, aunque esta vez me acerqué un poquito más para no perder de vista la fuerza y dramatismo de la textura y hendiduras en la madera. Creo que eso lo hice bien.
18 NOVIEMBRE 2021
© 2021 pepe fuentes