DIARIO ÍNTIMO 33
Jueves, uno de Septiembre de dos mil veintidós
Estoy en crisis de escritura, es decir, nada se me ocurre, nada de interés escribo. Y, en el colmo de mis males, tampoco fotografío.
Hoy, antes de levantarme, con voluntariosa y esforzada aplicación, he conjurado una crisis de abstinencia sexual pertinaz, afortunadamente, cada día menos frustrante.
El día que consiga la asepsia total (trabajo para ello), el mundo femenino como tal, comenzará a ser una abstracción, incluso molesta.
A propósito de la estúpida y resignada confusión en la que estoy sumido, consecuencia de la imposible búsqueda de una mujer entre mil en las malditas páginas de contactos virtuales, me he concedido un aplazamiento de diez días más de presencia pasiva (uno apenas puede hacer nada real). Después -al carajo-, como diría un posible personaje de las novelas latinoamericanas que últimamente leo con entusiasmo y profusión.
Ya he contado en alguna ocasión que no soy objeto de deseo en esos diabólicos y fraudulentos “sitios” (me voy dando de baja sistemática y consecuentemente).
Se dan algunas circunstancias curiosas, por no decir exasperantes, en mi deambular solitario por esos pantanosos páramos; como, por ejemplo, lo falsos perfiles: mujeres con fotos muy atractivas y seductoras, que nunca dan señales de existencia real; o mujeres de edad provecta (60 años en el perfil), con fotos de treintañeras fastuosas; o mujeres con las que inicias un simulacro de diálogo y, de pronto, desaparecen para siempre y así hasta diez mil despropósitos parecidos, que ya ni me entretienen, tan solo me irritan. Y luego están (95%) las que establecen un perfil ideal de sus búsquedas que, naturalmente, deben estar a la altura de lo maravillosas que son, a saber: sinceras, fiables, deportistas, educadas, serias y nunca buscan un rollo pasajero y frívolo, sino todo lo contrario, quieren compañeros, parejas estables con los que reconstruir sus vidas sentimentales dañadas; hasta cultas pretenden aparentar, cuando más bien son un atajo de paletas irredentas. Pero eso sí, ese dechado de perfecciones no les impide dejar de contestar a cualquier mensaje de aproximación educado y cortés, y hasta inconscientemente elogioso, o, dicho de otro modo, ser unas simples groseras. Y luego están las que me parecen las peores de todas, las que se fotografían promocionalmente con los brazos levantados hacia el cielo, jovial y esperanzadoramente, como si estuvieran recibiendo alguna gracia divina, o fueran poseedoras de ella. Como fondo de esas miríficas e iluminadas imágenes siempre hay o montañas agrestes, nevadas o el mar con barquitos al fondo. Una auténtica bazofia estética, cutre, mema y vomitiva. Verdaderamente, es bastante imbécil adentrarte en ese mundo artificial y oneroso. Hay que estar un poco desesperado, o tal vez ser muy ingenuo (o, mejor dicho, tonto, como yo), para aceptar esas reglas de juego tan improbables, al menos para hombres como yo (*)
La Fotografía: Trece años, tiene ya. Esa fue una época de mi vida en la que no sentía en absoluto la sexualidad y el mundo femenino como problemático, todo lo contrario. Afortunadamente, toda mi vida, hasta hace nada, me he sentido muy cómodo y sumamente complacido en mi relación con las mujeres y también con el ejercicio de mi sexualidad. Ahora ya no.
(*) Mi escalada hacia la impecable misoginia progresa adecuadamente.