LOS DÍAS 10
Domingo, cinco de Febrero de 2023
Me parto de risa y a continuación lloro, o viceversa.
Ayer fue un día poco afortunado, y por qué, sencillo, me puse en modo emprendedor animoso y me dije: mi casa se ha empequeñecido demasiado para la inmensa anchura de mi espíritu, mi inquebrantable voluntad y mis ganas de tener ganas.
Me iré a la calle pronto y permaneceré hasta altas horas de la noche. Dicho y hecho.
Busqué una obra de teatro que me pudiera interesar, y la encontré: Amistad, de Juan Mayorga (autor de mi predilección, siempre). Compré la única localidad que quedaba, muy alejada del escenario. Me servía, aunque me guste el teatro en primera fila.
Cuando me preparaba para salir con tiempo suficiente para llegar, me acordé de que por la zona vivía una mujer con la que había cruzado algunos mensajes (no nos conocíamos personalmente). La envié un mensaje proponiéndola vernos después del teatro. Accedió.
Me felicité efusivamente (abrazándome) por mi capacidad para improvisar un bonito plan de sábado tarde-noche, como si nada, sin apenas esfuerzo.
Salí de mi casa oyendo una novela. Confié en el navegador y me olvidé de la ruta. De pronto, me di cuenta de que el jodido artilugio me había metido en un bucle entre la M-30 y la M-40 en una especie de elipsis dejando siempre la Avenida de la Chopera en el centro, y en ningún momento permitiéndome acercarme, y yo pendiente de la trama de la novela y diciéndome, bueno me queda tiempo en algún momento este jodido y siniestro dispositivo recuperará el buen sentido y me llevará al lugar. Cuando me di cuenta de que su ciega terquedad le impedía hacerlo, lo desconecté y me dirigí por mis medios al lugar. Busqué apresuradamente aparcamiento y me dirigí al teatro, sabiendo que no llegaría. Efectivamente, me faltaron entre diez y quince minutos. Hay que ser gilipollas. Ese soy yo, sin paliativos. Todavía me quedaba más de una hora para encontrarme con la mujer que no conocía. Me di una vuelta por la zona, diciéndome, no te preocupes, todavía pueden ocurrir cosas agradables hoy, pero Mayorga me venía a la cabeza insistentemente como una decepción irremediable. Y, entonces, reí y lloré y todo al mismo tiempo.
Llegó la mujer y supe que tampoco esto me saldría bien. Después de los saludos convencionales y fríos dimos una vuelta por la zona, ateridos de frío en todos los sentidos. Decidimos cenar en un restaurante italiano. Probablemente la peor comida italiana que yo no comí en mi vida. Encima pagué, lo que ella no impidió, ni por cortesía (era de la escuela tradicional). Me sentí obligado ya que todo ese despropósito lo había ideado yo. La conversación con esa mujer resultó sofocante y fastidiosa. Quizá por culpa mía, pero bueno, a esas alturas ya daba igual, sabía que el día se había ido a la mierda. Acerqué a esa mujer a su casa. En el camino de vuelta de ninguna parte, me dijo que quizá nuestra cita no había funcionado, lo que corroboré, sin andarme con corteses rodeos. Para qué. Y, entonces, reí y lloré y todo al mismo tiempo.
Ya que estaba en Madrid, y que era una hora propicia para intentar alguna que otra exploración, me fui a un bar discoteca muy popular donde al parecer intentamos ligar gentes de mi especie y condición.
Pagué el triple de lo que pago por una copa en un sitio parecido en mi ciudad. Comprobé con espanto que la experiencia era un Déjà vu de todos los sábados en los que salgo. La misma gente, los mismos viejos, nada sugerentes y menos atractivos, que no paraban de moverse como autómatas, braceando incesantemente como si bailaran y estuvieran contentos y hasta excitados. Se movían mecánica, patética y maniáticamente como si a los ingresados en una residencia de la tercera edad los pusieran a hacer marcha atlética. Parecían fatales y vocacionales intentos de suicidio colectivo. Deberían situar en la puerta una UVI móvil. Me largué de allí espantado. Podría parecer que detesto a mis compañeros de travesía (yo soy uno de ellos); pero no, simplemente describo el ambiente y a los protagonistas. Así somos ellos y yo, bordeamos lo tragicómico cuando salimos de “marcha” y lo malo es que no se nos ocurre otra cosa que hacer para combatir la crisis en la que estamos inmersos. Y, entonces, reí y lloré y todo al mismo tiempo.
Me dije: el próximo día que tengas la veleidad de hacer vida social, piénsatelo mejor, pedazo de idiota. Cualquier otro sábado debo reflexionar con rigor, seriedad y prudencia lo mejor que pueda hacer. Claro que, si lo hago, me temo que me quedaré en mi casa ¡¡¡vaya plan de vida!!!
La Fotografía: El recinto del Matadero, de Madrid, esplendido, me encanta; donde representaron una obra que yo quería ver y que no vi, maldita sea (parece un escenario de guerra, la que yo llevaba dentro).