ADENTRÁNDOME EN LAS TINIEBLAS 26
Viernes, uno de septiembre de 2023
Hoy hace dos años que mi vida afectiva y cotidiana (compartida) dio un vuelco imprevisto, tan solo un poco antes: mi relación de pareja de treinta y un años se fue a la mierda.
Naty, sensiblemente más joven que yo (56 años), abría puertas y ventanas en su vida y muchos inabarcables horizontes se desplegaron frente a ella como oportunidades a explorar (supongo).
O, tal vez se trataba de que yo ya olía a viejo y a desaliento, es decir mal. Eso no me lo dijo, es cosa mía.
Por el contrario, mi circunstancia era diametralmente opuesta en ese momento (68 años); a mí, ya solo me quedaba tiempo para ir recogiendo los restos de la batalla sin épica que había sido mi vida.
No lamento nada, lo dicho es una tranquila diagnosis parcial del estado de cosas en mi vida ahora, de la que no cambio ni una coma, ni un detalle, tampoco ningún matiz, textura y color; y, por supuesto, ni siquiera ninguna frustración que pueda surgirme porque será total y auténticamente mía… y aunque no me lo parezca ni a mí, sigo vivo, muy vivo (o no tanto) …
La Fotografía: Naty en la bonita edad de 33 años (yo, en ese momento, 45); ahora, ella, con veinticinco más, no sé cómo estará gestionando el amplio margen de libertad y ligereza, al desaparecer de su vida el peso muerto que a esas alturas de la edad era yo para ella (hizo bien en desprenderse del lastre y largarse). Se merecía el premio porque todo lo había hecho estupendamente. En consecuencia, no debía estropearlo al final por nada y menos por inercia perezosa o por miedo. En la época de la fotografía (Chipiona) viajábamos siempre que podíamos, despreocupadamente, como si nada fuera a pasarnos nunca, y desde luego tampoco a la estabilidad de nuestro emparejamiento que siempre fue productivo para ambos (por lo menos para mí sí). Lo pasamos bien siempre, hasta casi el último segundo de nuestra vida juntos.