LOS DÍAS 70
Jueves, doce de Octubre de 2023
“Cuando la barbarie triunfa no es gracias a la fuerza de los bárbaros sino a la capitulación de los civilizados”. Antonio Muñoz Molina
He salido de mi casa, con Mi Charlie, a las ocho de la mañana, a caminar.
Vivo muy cerca de una instalación militar y nada más empezar el paseo he visto que de ese enclave guerrero salían varios autobuses cargados de soldados, supuse que para asistir o participar en el ceremonial desfile castrense, un aspecto más de la fiesta de hoy, nada menos que la fiesta nacional.
Me he preguntado, ¿para qué? Ahora que estamos en pleno proceso de desintegración o deconstrucción de lo que fuimos y ya no seremos. Se da la extravagante, absurda e inmoral situación que la máxima autoridad política que presidirá el solemne acto es el individuo que lidera su destrucción. De toda la vida de dios, a los traidores se les ejecutaba en plaza pública; ahora no, ahora se les vota y aplaude (actitud y actividad principal de los estultos). No entiendo nada, somos una sociedad desquiciada que se ha vuelto loca. No, no es una cuestión posmoderna, que yo aplaudiría, no, es simplemente estupidez, o peor, cobardía. Podíamos ahorrarnos el gasto y la grandilocuencia, tan inelegante siempre.
No nos merecemos la deconstrucción que se nos viene encima, o más bien es irreversible porque fue iniciada hace tiempo ya. Van ganando los bárbaros porque les abrimos la puerta y ahora se enseñorean sobre el terreno conquistado, que profanan a diario.
Incluyo una cita de El hijo de César, de John Williams (la voz de César Augusto, a la sazón Emperador, en su despedida), ya que no es difícil extrapolar las referencias de la carta al momento actual que soportamos:“…La desesperanza que he expresado se me antoja ahora indigna de lo que he realizado. Roma no es eterna, no importa. Roma sucumbirá, no importa. Los bárbaros la conquistarán, no importa. Roma tuvo su momento, que no morirá del todo. El bárbaro se convertirá en la Roma que conquiste, nuestro idioma suavizará su ruda lengua, y el recuerdo de lo que destruya correrá por sus venas. Y en el devenir de un tiempo que es incesante como este mar salino sobre el que frágilmente me hallo suspendido, el coste es nulo, mucho menos que eso”.
Escribo esta sarta de más que posibles banalidades porque sí, porque hoy toca ya que es fiesta grande que yo No celebro.
Mi atalaya vivencial es tan solo una angosta torre de uso personal desde la que siempre estoy alerta frente al horizonte, con un cañón e impedimenta para rechazar el asedio y la arrasadora incursión de los bárbaros en mi vida.
La Fotografía: Esa marcial actitud por mi parte es puro humor negro, ya que el único bárbaro que verdaderamente me asusta soy yo mismo. Ahí está la atalaya y el cañón alerta, pero silencioso, oxidándose en el entorno que visito casi a diario porque contra mí prefiero no disparar, y sobre los invasores y traidores tampoco porque tan solo me provocan desprecio.