9 NOVIEMBRE 2023

© 2023 pepe fuentes
Autor
pepe fuentes
Año
2023
Localizacion
Salamanca (España)
Soporte de imagen
DIGITAL 102400
Fecha de diario
2023-11-09
Referencia
10147

DIARIO DE VIAJE: a Castilla León Oeste.
Martes: diecinueve de Septiembre de dos mil veintitrés
Día 2.5

… Después de la inyección de la moderna adrenalina (pura “movida” estética, luego vieja ya), de Ruiz de la Prada, pensé en comer. Primero tuve que darme el paseíto a poner otro dichoso ticket de aparcamiento en el coche (toda la mañana yendo y viniendo). Estaba aparcado cerca de la Plaza Mayor. Los policías nacionales, con sus desfiles, caballos y estandartes ya habían terminado su ridícula e inútil función y se habían ido a comer.
Busqué dónde hacerlo yo. Dado la buena temperatura que hacía decidí comer un menú del día, en una terraza: paella pastosa y recalentada; cuchifrito grasiento con patatas fritas y postre (15 €).
No, no fue un manjar, pero qué pretendía por ese precio. Estaba flanqueado por dos mesas ocupadas por dos parejas de viejos (extranjeros); delante tres mesas, con un total de ocho comensales, hasta japoneses había (todos turistas viejos). Y yo, claro, también viejo (en la Era Septuagenaria). Los viejos somos los únicos que habitamos las antiguas  ciudades y paseamos sus calles y catedrales. Imprescindibles para que la vida no se acabe: somos verdaderamente valiosos, necesarios diría, para que las ciudades abran las puertas al comercio y al tránsito de bultos, todos los días. Y, al mismo tiempo somos invisibles, nadie nos mira ni se fija en nosotros. Adoptamos la forma de sombras anónimas para todo el mundo, hasta para nosotros mismos.
Pregunta esencial y desesperada: ¿Somo percibidos los viejos? ¿Existimos los viejos? No. A mí ya solo me percibe Mi Charlie, luego, probablemente, he mutado de la especie humana a la animal, y más concretamente a la canina; sin darme cuenta.
“Y es que ya lo decía Beckett que ser no es otra cosa que ser percibido”. Enrique Vila Matas
Desde la mediocre experiencia gastronómica me dirigí a La Clerecía, que tan solo consistió en subir y subir mil escalones hasta llegar a la cúspide de una torre altísima, desde donde se divisaba una panorámica de la ciudad, aburrida hasta el bostezo si no hubiera sido porque apareció una mujer joven, sola, tan guapa como las suecas de entonces, y ya solo tuve ojos para ella. Hasta que se fue, y entonces la torre y las vistas dejaron de tener sentido para mí, y descendí los muchos escalones que tontamente había subido.
De ahí, al Palacio Episcopal. Edificio clasicista (s XIX), donde vivían los obispos hasta hace poco. Luego, a finales del siglo pasado lo rehabilitaron y este mismo año pasó a ser sede del Museo Diocesano de Arte Sacro. Las instalaciones eran impecablemente nuevas y la muestra museística pulcramente expuesta e iluminada. Fotografié.
Comencé a sentir un irresistible impulso de largarme de Salamanca (llevaba diez horas caminando por calles y claustros). Eso hice.
La Fotografía: Escalera de subida (y bajada) a la torre de La Clerecía, obviamente el aspecto más interesante fotográficamente de la visita de primera hora de la tarde, si exceptuamos a la bella mujer que parecía sueca y vete tú a saber de dónde era. Desde luego compatriota no, seguro.

Pepe Fuentes ·