LOS DÍAS 74
Domingo, veintiséis de Noviembre de 2023
Ayer, sábado tarde-noche, una mierda… tan solo prevaleció en mí el impulso de seguir con la vida, de pie. No acurrucarme en mi confort cotidiano, en el que cada día me siento mejor acoplado, entregándome mórbida y estérilmente a sosas rutinas. Esa opción fácil podría suponer un riesgo irreversible porque me puede empujar a declinar una invencible y sostenida pereza.
Esa fue la razón de que por la tarde decidiera ir a Madrid (lo había planeado el viernes). Casi sin querer adopté el patrón del último sábado que estuve y en el que me salieron bastante bien las cosas, o al menos me gustó aquella tarde noche.
Ayer hice prácticamente lo mismo, pero calzando unos zapatos que hacía tiempo que no me ponía y que torturaron mis delicados pies (hoy, los he tirado y me he comprado otros).
Para empezar el plan, después de que se fuera Mi Charlie con Naty, comí en mi casa cocinados de Mercadona: media ración de lentejas y media de paella. Salí a las cuatro y media, más o menos, hacia Madrid.
Primero fui al Museo Reina Sofia, como era sábado por la tarde y soy viejo, me dejaron pasar gratis. La exposición de Picasso 1906, no me entusiasmó, a pesar de la enormidad del artista; me resultó historicista, muy técnica y poco entretenida (la contaré mañana).
Después, di el peor paseo por el barrio de las letras, torturado por los viejos zapatos.
Madrid, me parece cada día más grande e inabarcable, sobre todo por las oleadas de gentes que pululan por todos sitios. A veces, por aceras estrechas, hay que avanzar lentamente unos detrás de otros como rebaños de sumisas ovejas. La aglomeración y amontonamiento de muchedumbres es insufrible.
De ahí hacia la Puerta de Toledo, donde después de ver una obra de teatro, comí la peor cena posible en un bar de mierda en la Puerta de Toledo: por 4,80 € una especie de bocatines asquerosos y una cerveza (lo barato siempre lo sufre el propio cuerpo).
De vuelta a mi ciudad, y antes de volver a mi casa, tomé la copa más estúpida e innecesaria, rodeado de gentes más viejas que yo (metafísicamente, se entiende), si es que eso es posible. Encima, dormí poco y mal ¡¡¡menuda tarde noche de mierda!!! Ahora, a las cinco y media del domingo no me quedan ganas de continuar en mi atalaya, mirando el pasado (el futuro de mi vida está en venta por liquidación y cierre de actividad).
Hoy, a última hora de la mañana he salido a dar una vuelta por el barrio y por la orilla del río. A la vuelta, ya casi a la hora de comer, me he encontrado con mi vecina que venía con su simpático perrito, que según me confesó está pasando por momentos tristones y desmotivados, por no decir deprimido; perfectamente comprensible porque lleva cinco años conviviendo con mi vecina a diario. Me dijo de dónde venía, pero se me ha olvidado. Hemos charlado un rato de nada en especial en una esquina, cerca de la puerta de su casa, como hacen los vecinos. Creo que de supermercados y de la comida más o menos precocinada que venden en esos sitios y que a los solitarios nos viene tan bien, cuando no tenemos ganas de cocinar, como me pasa a mí hoy. A mí esas conversaciones esquineras me cansan enseguida y me entran unas irresistibles ganas de salir pitando. Eso es lo que hice, despidiéndome de ella casi abruptamente porque me acordé de las lentejas de Mercadona. Mejor eso, dónde va a parar.
Creo que voy a apagar el ordenador y la luz del estudio y me voy a tumbar a no hacer nada (son jodidos los dichosos domingos por la tarde, casi siempre termino deprimido). Ah, y a ver el partido del Madrid, que ni siquiera sé contra quién juega.
La Fotografía: Se representó: Cretinos, de Doriam Sojo (un chico venezolano, guapo, guapo). Lo que me decidió elegir esta obra fue el título y, tal vez, porque solo me costó 11 €. La diferencia entre lo barato y lo caro también lo pagas tú, pero de otra forma. Los actos o historias (tres o cuatro), quiero recordar, hinchados con reiteraciones desde el formato de sketch, eran de una simpleza tediosa y previsible, y por si fuera poco, malamente interpretados por Ángela Tejedor, Iván Marín (el peor) y Alicia Lorente. Eran actores que no parecía que hubieran conseguido rebasar la línea de meros y balbucientes aficionados. Ya se sabe, los buenos actores son los que consiguen que tan solo veas al personaje que representan y no a ellos. Explicaban el despropósito diciendo que se trataba de “Mentiras+ego+sexo. Un show diferente, con canciones en directo y con un texto aparentemente sencillo, pero cargado de sarcasmo que te invita a armar el puzzle de estos personajes unidos por el fino y a veces cruel hilo de la vida”. Sí, y un huevo duro. Nada de esa promesa era verdad, y no, no era solo que la trama careciera de todo lo prometido verdaderamente, es que era una aburrida bobada con unos diálogos simplones hasta el bostezo; cosas de jóvenes poco dotados. Hasta las más ingeniosas comedias de equívocos y engaños son insoportables sin una buena y creíble infamia que les dé un contrapunto dramático que ahogue la sonrisa fácil. A los veinte espectadores que asistimos, más o menos, les gustó mucho, pero es que ya se sabe lo que hay por ahí, a cualquier sitio dónde vayas.