LOS MICROVIAJES
A Madrid: Arco y Teatro (9).
Viernes, quince de marzo de dos mil veinticuatro
… Si a la idea de la belleza como percepción intangible e indefinible unimos el arte o la verdad o la conciencia e incluso la ética, el enigma se hace grande e inabarcable. Solo al alcance de unos pocos.
A un espectador como yo, cargado con interminables preguntas, en una muestra de arte contemporáneo enorme, donde se representa, además, el ejercicio del comercio y la vanidosa naturaleza humana, solo me queda deambular en modo autómata y responder a los guiños que me ofrecían las paredes en modo parpadeo de seductoras composiciones decididas por los estetas galeristas. Las actuaciones estéticas de estos seres sobrenaturales son esenciales para establecer impalpables conexiones con las obras.
Yo me fijo mucho en ellos cuando los localizo (suelen llevar colgados tarjetas del cuello) de pie o tirados perezosamente en sillas frente a mesas con un ordenador y algunos libros de arte (necesario atrezo); casi siempre concentrados en los misteriosos contenidos de sus pantallas; y a veces, varios, amontonados en torno a una mesa participando en animadas tertulias o intercambio de confidencias y secretos.
Toda esa representación me encanta porque siento que estoy en el centro mismo de una magnificente representación. Los visitantes somos parte del espectáculo. En estos últimos días vengo contando mi presencia física en esa maravillosa función por solo 40 € que no tenía pero que me presté a mí mismo. Bien empleados, sin duda…
La Fotografía: … Sí, porque en mi deambular aturdido y desenfocado, de pronto mi mirada se posó en una composición de dos obras de Francesco Vezzoli, sabiamente colgadas por parte de los seguramente lánguidos galeristas, que me ofrecieron un destello de belleza, armonía y sugestión de un tiempo mítico. A plena e intensa luz del comercio del arte, se trataba de una representación de la historia veinte siglos después de que sucedieran los hechos y que me produjo la íntima sensación de que la belleza, a pesar de todo, existe; y el tiempo, probablemente, no. Y yo, tan solo como espectador de los prodigios estéticos.