LOS DÍAS 23
“Los árboles son la cosa más hermosa del mundo”. Manuel Vilas
Martes, doce de marzo de dos mil veinticuatro
Como un mero gesto de autodisciplina voluntariosa y antipática, hoy, a las diez y media he salido de mi casa con el equipo fotográfico; no sin antes resistirme a los bruscos empujones destemplados y feroces que he tenido que propinarme.
Me dirigí hacia el este de las inmediaciones de Aranjuez. Buscaba un escenario de altos cerros manchados profusamente de amarillo primaveral (rabanillos), que recordaba de hace unos años. Tenía algunas imágenes pensadas que serían las de siempre, conocidas y previsibles para mí, por eso me resultaban tan poco estimulantes.
Encontré los cerros pero sin rabanillos. No fotografié.
Decepcionado volví hacia Aranjuez. Paré frente a los jardines de la Casa del Príncipe (cerrada por obras). Recorrí algunas de las sendas flanqueadas de altísimos árboles. La temperatura y la luz eran sumamente gratas. Artísticas.
Fotografié árboles ¿qué hacer si no? Ya que había llegado tan lejos, por lo menos fotografiar.
El día estaba resultando mortecino, desvitalizado a pesar del espléndido sol y de los alardes voluntariosos a los que me plegaba.
Últimamente estoy escaso de fuerzas y ánimo. Tengo mi vida bien organizada: una vez ordenados los distintos componentes e intereses que constituyen mi vida he cerrado cuidadosamente la puerta y entonces me he dado cuenta que me había dejado fuera los estímulos, las sensaciones y los deseos ¡menudo plan!
Controlo tanto mi neurastenia para que no derive a cosas peores que me estoy mecanizando como un replicante. Tanta pulcritud tiene unos indeseables efectos secundarios: conformismo y aplastante pereza.
Ya no sé verdaderamente lo que me pasa y no me pasa. Lo que quiero y no quiero. Una cosa es lo que quiera y otra lo que necesite, como decía hace dos o tres libros un tan Ángel Martín (Detrás del Ruido).
Si pienso un poco en la piedra angular del libro de Ángel, me he centrado tanto en la necesidad que me he olvidado de los deseos, aunque no estoy seguro.
Reducir los quereres a polvo no me está ayudando a vitalizarme, pero, insisto, no estoy seguro y tampoco van tan mal las cosas así.
La Fotografía: “Siempre me han embrujado los árboles”. Manuel Vilas
A mí también. Los de los Jardines reales de Aranjuez siempre me han parecido bellísimos y majestuosos. Se me ocurre que, está bien la monarquía, sin ella no tendríamos árboles así. Para los buenos entendedores no hace falta decir nada más.