LOS MICROVIAJES
A Huesca y Navarra: día 3.3
Martes, veinticuatro de septiembre de dos mil veinticuatro
… Muy cerca, se encontraba el castillo de Javier, (s X y posteriores). Singular y de importancia histórica porque en él nació (1506) y vivió Francisco Javier (fundador de la orden de los Jesuitas, en 1534).
Su familia lo era de bien, o, dicho de otro modo, de posibles y poder. Su padre fue presidente del Consejo Real de Navarra.
Llegué al enclave en torno a las dos, busqué donde comer y lo encontré, un restaurante “fino y caro”, pero como dije que quería cosa de poco, una señora severa, vestida de riguroso negro, me dijo que para eso mejor en la calle, a la terraza (menos mal que no hacía frío). Por unos huevos rotos, una cerveza y un café me cobraron nada menos que 20 €. Debió de ser porque enfrente tenía el castillo, donde había nacido el alma mater de los jesuitas, exquisitos cristianos católicos y apostólicos, naturalmente vaticanistas ya desde el principio, luego adalides de la Contrarreforma desde el origen mismo del conflicto, es decir, desde hace quinientos años.
Lo más interesante de estos hombres tan comprometidos es, según me he informado, su rigurosa formación y cultura: “El estudio a fondo de idiomas, disciplinas sagradas y profanas, antes o después de su ordenación sacerdotal, ha hecho de los miembros de la Compañía de Jesús, durante casi cinco siglos, los líderes intelectuales del catolicismo”. Wikipedia. El que sean líderes intelectuales me impresionó mucho.
De lo que deduzco y hace que me pregunte: ¿La máxima formación intelectual, filosófica e histórica, no tendría que apartar de la fe a los creyentes en lo dudoso e inverificable? No me contesto, y no solo no lo hago; sino que me hago otra: ¿en qué momento del consecuente empirismo que aporta el conocimiento, los creyentes estudiosos neutralizan la racionalidad y se refugian en una ensoñación que elevan a irrefutable? Tampoco me contesto. Y me hago otra más: ¿La fe tiene que ser integral, creer en todo y no por partes, es decir, en unos preceptos sí y en otros no? Esta sí que no me la sé. Pero deduzco que si no quieres que te pase como a San Virila (diario de ayer), tienes que andarte con cuidado para no caer en la heterodoxia o la herejía.
Cuando escribo este texto me he enterado de que a Álvaro Pombo le han concedido el Premio Cervantes, de lo que me alegro, es un escritor al que leo. Pombo es creyente (cristiano). Su condición de escritor le ha facultado para conocer a fondo el sustrato filosófico y reflexivo de lo que significa profesar la fe cristiana. Para intentar saber, leeré La ficción suprema, un ensayo donde fundamenta su creencia. Tengo la impresión, a priori, de que se trata de un repaso incuestionado a unos hechos supuestamente históricos recreados una y otra vez (inevitablemente distorsionados, entonces), que permiten a Pombo la ensoñación de una posible realidad altamente literaturizada con los que el flamante premio Cervantes (nada que objetar), se siente cómodo y sin mala conciencia.
Al fin y al cabo, la fe, no sea otra cosa que una salmodia terapéutica para calmar dolores existenciales…
La Fotografía: Terminé de comer. El día era luminoso y muy agradable la temperatura. Me dirigí al castillo. El interior estaba impecablemente acondicionado, como recién terminado, y ofrecía una hagiografía del santo por esos mundos de Dios. Había profusión de retratos pictóricos de Francisco Javier (recreaciones a lo largo de siglos posteriores), relato y reconstrucción de las escalas de sus viajes apostólicos por todo el mundo. Eso sí, todo interpretado desde la perspectiva de la adoración acrítica y laudatoria de la gloriosa y triunfadora orden Jesuita. Todo lo que exponían me pareció aburridamente mitómano. Salí sin conseguir admirar a Francisco Javier (un santo más). Nadie tuvo la culpa de mi decepción, fui hasta allí yo solito, por iniciativa propia.