24 NOVIEMBRE 2024

© 2024 pepe fuentes
Autor
pepe fuentes
Año
2024
Localizacion
Pamplona (Navarra)
Soporte de imagen
DIGITAL 50
Fecha de diario
2024-11-24
Referencia
10613

LOS MICROVIAJES
A Huesca y Navarra: día 3 y 4
Martes, veinticuatro de septiembre de dos mil veinticuatro

… De Javier hacía Pamplona (53 km). Por el camino me desvié a Sangüesa dado que el cartel que lo indicaba era de los de singularidad monumental; pero lo cierto es que me di una vuelta por el pueblo y no encontré nada lo suficientemente atractivo. Tampoco tenía muchas ganas de investigar y buscar. Viajar, hecho que denota extrema inquietud y curiosidad y vitalidad, a costa del confort físico, a veces también comporta desgana.
Llegué a Pamplona y no supe muy bien qué hacer. Tenía dos objetivos: el casco antiguo y la catedral, pero me hice un lío en la entrada en cuanto al lugar donde aparcar o cómo acceder al centro. Finalmente, decidí hacerlo en un parking público en los bajos de la Plaza del Castillo. Tantas precauciones no impidieron que un mes después me llegara una multa por circular por una calle prohibida.
En cuanto a la Plaza, emblemática de la ciudad, se configuró urbanísticamente entre los siglos XVI y XVII.  Es grande y el espacio desahogado, grato de pasear. Muy cerca se encuentra la catedral, a la que fui, pero habían cerrado hacía tan solo diez minutos (18 h). Me habría gustado ver el interior, gótico, sobre el primitivo románico. La fachada principal, neoclásica (s XVIII), diseñada por Ventura Rodríguez, me pareció espantosa sin redención posible. Quizá por eso no lamenté demasiado no haber visto el interior. Di por concluida la visita a la Catedral porque ya estaba pensando en largarme de la ciudad. No me sentía cómodo allí, como en ningún otro sitio que sé que existe animadversión a lo español, y yo lo soy. Quizá sea una niñería, pero a estas alturas ya me puedo permitir todas las que me de la gana.
Me senté en un banco de la Plaza del Castillo y me ocupé de buscar un lugar dónde dormir. Al lado, una mujer joven tecleaba su móvil con fiereza. A los lejos apareció un muchacho y ella se levantó como catapultada por un resorte y fue hacia él contenta, se besaron y alejaron de la mano. Supuse que eran novios y que el amor también sucedía allí, como en todas partes. La idea me hizo sonreír.
Pronto anochecería.
No sabía qué hacer en esa ciudad a la que solo había accedido a la superficie. No tenía interés en ir más allá.
Con la ayuda del móvil encontré un hostal de carretera en una gasolinera en la entrada de Estella, siguiente etapa del recorrido. Hacía allí me fui. Me costó salir de la ciudad porque me entorpecieron retenciones sucesivas.
Por fin llegué a la dichosa gasolinera, en la que había un bar y en la planta superior, el Hostal. Me atendió una mujer muy joven oriental (supongo que china), de extrema delgadez y una pequeña cabeza, diminuta, de la que, mientras formalizaba la entrada, no pude apartar la mirada, preguntándome cómo era posible una cabeza tan pequeña, como de muñeca; su figura entera como una cerilla agigantada. Eso, naturalmente, no fue óbice para que fuera muy simpática.
Tomé la habitación, estrecha y agobiante; deslucida y deprimente. Estoy muy harto de estas experiencias tan pobretonas en mis pequeños microviajes. Después de estar todo el día de un lado para otro, lo último que me apetece es dormir en una habitación pequeña, de paredes sin pintar desde hace años o con descolorido papel pintado, de luz mortecina, desapacible, en un colchón estrecho e incómodo y con ropa de cama ajada. Así era la habitación que me había tocado hoy.
A las ocho bajé a cenar al bar, donde solo había hombres (8 ó 10), sombríos, cada uno inmerso en su silencio y bajo una luz amarillenta, enfermiza, triste. La chica oriental atendía la barra. Pedí una tortilla francesa, una cerveza, un café con leche y un bollo. Creo que fue barato, tan solo 10 €.  Mientras cenaba tuve que soportar las burdas maniobras de un cuarentón con las que intentaba ligar con la chica de la pequeña cabeza y extremada delgadez. Bajo una artificiosa confianza, en plan bromista mundano y prepotente, la invitó a que fueran en esos días a varios sitios, a un concierto, a una fiesta de un pueblo cercano y otro sitio del que no me acuerdo. Todo ese cortejo pueblerino me resultó feo por obvio. A lo mejor es que los cortejos tienen que ser así para que funcionen. No lo sé.
Subí a la habitación a las nueve, me pregunté ¿puede haber algo más deprimente que estar en una habitación infame de un hotel de gasolinera, tan temprano, bajo una luz agonizante? Me contesté asqueado: por supuesto que no. Menos mal que en mis viajes ya no echo de menos a nadie. Más allá de las circunstancias, me siento bien conmigo mismo, porque no tengo que hablarme y si lo hago puedo no escucharme.
Me metí en la cama y conecté en el iPad un partido en directo del Real Madrid. Menos mal que había fútbol y eso me permitió aguantar hasta la hora de dormir.
La Fotografía: En el recorrido desde la Catedral hasta la Plaza del Castillo, me tropecé con una manifestación o concentración de apoyo a Palestina. Los gritos, crispados y arrebatados, en euskera, claro, denotaban una alta motivación y compromiso con la causa que exaltaban: contra Israel y los judíos, claro. ¿Cuánto sabrían estas personas tan escasas, entregadas y enfadadas de la génesis del conflicto palestino-israelí? No me contesté porque no se lo pregunté, pero tuve la sospecha que apenas nada, simplemente se habían conectado a su propia causa con el pretexto del conflicto del medio-oriente. A esos vociferantes manifestantes les trabajaba una hermandad ideológica (eran abertzales, sin duda). Seguro que se proyectaban como pueblo oprimido y en este caso por nosotros, los españoles. No soporto tanta visceralidad desinformada.

Pepe Fuentes ·