DIARIO ÍNTIMO 108
“La verdadera amistad es como la fosforescencia, resplandece mejor cuando todo se ha oscurecido”. Rabindranath Tagore
Viernes, diez de enero de dos mil veinticinco
Ayer solo hablé con mi amigo-hermano. Estuvimos de acuerdo en todo (siempre lo estamos), y no porque nos imitemos inconscientemente, que puede ser (suele ocurrir entre amigos que se quieren), sino porque después de debatir a fondo lo que nos ocupe llegamos a las mismas conclusiones. Nos convencemos el uno al otro, de lo que sea, sin tener la sensación de que perdamos nuestra propia identidad. Es mejor así.
Ambos iletrados (sin estudios, salvo las escuelas básicas de nuestra niñez, con poco aprovechamiento, además). Pertenecemos a una clase popular con fuertes raíces en el mundo rural. Un poco “paletos” seguramente; pero eso carece de importancia. La vida distinguida reside en otra parte y en otras cosas.
A los dos, desde nuestra adolescencia, nos ha movilizado la inmediatez de las satisfacciones conseguidas con nuestra determinación. Él en versión más espontánea y sociable, mientras que en mí era la interrogación, la duda y la extrema exigencia, más estrecha e intolerante a veces. Se podría afirmar que somos personas esencialmente morales, aunque eso a mí y para mí, me levante asqueantes sospechas.
Nuestro sempiterno sentido hedonista existencial a través de la acción impulsiva, sencilla, poco sofisticada y nada precavida tenía vuelta, cruel como suele ser siempre, ya que, con el paso de los años, al comprobar que estamos seriamente limitados nos sentimos fuertemente desanimados. Ya no creemos en la acción como actividad redentora de nada, porque estamos parados. El desgaste físico nos ha arrojado despiadadamente al inclemente extrarradio (léase: puta cuneta de mierda).
Nos decepciona y rechazamos la estupidez humana y las gentes que se mienten a sí mismas: esas, no valen nada, y, por si fuera poca su falaz y molesta presencia, son mayoría.
También, ahora, estamos desencantados con las mujeres, que nos han gustado, apasionado y que tanto hemos querido. Las seguimos deseando, pero ya no estamos en el radar de su deseo y eso nos entristece y aleja… ¡oh las mujeres qué tanto significaron, ya apenas si cuentan! En otros tiempos, las posibles objeciones y reticencias se veían sobradamente neutralizadas por la frescura de los fuertes deseos inmediatos y realizables, además.
Ahora que ya no hay deseos ni por parte de ellas hacia nosotros, ni nuestros hacia ellas, a veces, para desahogar tanta frustración, nos engolfamos en una misoginia chistosa e inofensiva.
En estos momentos de nuestras vidas, solo aspiramos a vivir en paz con todo el mundo, en armonía señalada por una escéptica y aséptica indiferencia: sí es difícil la vida en la provecta edad, en conflicto es imposible, detestable y asquerosa. Discusiones y enfrentamientos con nadie, nunca, para qué, además; sobre todo porque en esos conflictos estúpidos no están permitidas las armas. Es hora de que o vences o mueres, las derrotas ya no valen porque no te queda tiempo para las justas y necesarias venganzas.
En cuanto a nuestra posición social o política, es muy crítica y desdeñosa con la falta de valores éticos y morales (léase pura y dura delincuencia impune) de quienes nos gobiernan. Nos traicionan y ofenden con su constante e intenso chapoteo en el repugnante lodazal de infamia y corrupción (hasta fabrican leyes ad hoc para su exclusivo beneficio). Solo con pensar en ellos podríamos resultar gravemente infectados.
Como somos conscientes de nuestra insignificancia e imposibilidad de aportar o cambiar nada, ni siquiera perdemos un minuto en hablar de esos asuntos. Somos personas morales, no idiotas.
Ninguno de los dos, además, mantenemos actividades profesionales o laborales. Simplemente, estamos aparcados en los márgenes de todo. No contamos para nada ni para nadie. El mundo nos ignora, nosotros ignoramos al mundo. Contentos todos, ellos y nosotros. Aunque nosotros no tanto.
Los dos somos buenas y pacíficas personas, honestas, generosas, respetuosas. No valemos ni para ser malvados, que ya sería algo. Nos une, entre otras muchas cosas, una cierta tristeza por la decadencia que nos tiene sitiados; por eso hablamos y hablamos, sintonizamos ¡¡¡pues solo faltaría!!! lo que nos alegra mucho y, sobre todo, nos consuela.
En la vejez no hay margen para gestionar desacuerdos: quien está será, y si no, pues nada, ni estará ni será.
La Fotografía: Reciente, de hace dos meses (él es diez años más joven que yo). Habla por sí sola: expresión vivaz de hombre despierto e inquieto él; y yo, inexpresivo, sin más.