30 ENERO 2025

© 2025 pepe fuentes
Autor
pepe fuentes
Año
2025
Localizacion
Museo Reina Sofía. Madrid, (España)
Soporte de imagen
-DIGITAL 12.800
Fecha de diario
2025-01-30
Referencia
10705

DIARIO DE UN CONDENADO 14
“En el nombre de Hipócrates, los médicos han inventado la forma más exquisita de la tortura jamás conocida por el hombre: la supervivencia”. Luis Buñuel
Miércoles, veintiocho de enero de dos mil veinticinco

Dije el domingo pasado que asistiría a consulta de médicos especialistas en estos días.
Lo he hecho. A dos de los tres que tengo programados; la tercera, se adentrará  en mis entrañas más íntimas con una sonda. El metafísico hecho médico, tan trascendente como un psicoanálisis freudiano exprés, está concertado un día de marzo (todavía no sé cuál). Será una mujer quien lo haga que ha estudiado para saber del alma: el aparato digestivo. Los seres humanos no tenemos alma más allá del estómago; ahí se concentra y concreta la naturaleza de nuestras pasiones: es el único receptáculo de células palpitantes desde donde se siente la felicidad verdadera y tangible; o, por el contrario, dónde se desencadenan todas las desdichadas tormentas y el mal absoluto. Esa mujer me dirá en qué estado se encuentra y sí todavía podrá aguantar un tiempo más. Mi madre murió de cáncer de estómago. No es un buen indicio. Veremos.
El lunes por la tarde estuve a ver a otra mujer, que ha estudiado sobre la superficie del ser: la piel, otra de las formas que adopta el alma, no tan definitoria como el alma profunda, pero sí primordial porque es por su mediación por la que se configura la autoestima o los complejos; la vanidad o la amargura; en fin, tantas y tantas cosas que adornan o afean a las personas.
No sabía bien de qué quejarme a esa mujer que no había visto en mi vida, ya que algunas heridas que me ha infligido el paso del tiempo en la delicada piel de mi cara están cicatrizando; o eso me parece. Esperaba que confirmara los buenos auspicios, aunque las causas sigan estando ahí. -Estás curado- deseaba que me dijera.
No, no me dijo eso ni mucho menos: sin alarma ni malos augurios sí me explicó que era preciso actuar con una cirugía poco invasiva para extirparme un defecto de la piel (lo analizará para conocer la índole de la excrecencia), y, extraer tejido de otra parte de mi cara (nariz) para realizar una biopsia con igual propósito. No le gustó lo que vio. No salí asustado, aunque debería, me parece.
Me gustó la dermatóloga, que me había tocado por puro azar,  por aparente eficacia y simpatía.
El día siguiente tenía urólogo: veríamos, porque lo mismo, también tengo que pasar por quirófano.
Lo que me faltaba… quirófanos por doquier en el horizonte de mi vida inmediata…
Por la mañana, exactamente a las once y veinte, me planté frente a Juan, mí urólogo de cabecera (a este ya lo conozco). Es un hombre, extremadamente lacónico (luego sabio, prefiero pensar), solo se expresa con gestos cansados y palabras solas. Le expliqué la evolución de mi próstata en el último año en el que no nos habíamos visto y la cierta y progresiva incomodidad que siento. Le pregunté, Juan, ¿cómo puedo mejorar? Me miró desde un cansancio insondable y me contestó: Opérate. Mis preguntas solo recibieron respuestas escuetas y hasta en una ocasión se adelantó a lo que yo me estaba preguntando con un solo -no- sin más. Era como si yo fuera el mismo paciente, exactamente igual a uno de los miles que ya había visto en su vida. Él, para mí,  era un médico dedicado a una parte del cuerpo esencial, desde dónde por proximidad se materializa el placer, más o menos. Y, ya se sabe, sin placer, nuestra alma  no vale casi nada.
Mí urólogo me cae estupendamente, es el médico perfecto: pragmático, escueto, consciente. Es un hombre sin retórica y eso, en urólogos, es una cualidad altamente valiosa.
Otro quirófano más y ya son tres a los que tendré que acudir en los próximos meses.
Me lo temía… Veremos qué sale de todo esto.
La Fotografía: Mi urólogo es el médico con la apariencia más triste que he visto en mi vida. Viejo como yo, sin afeitar (yo tampoco), con una espantosa y pobretona chaquetilla verde (qué tristemente visten los médicos cuando actúan). Nada que ver con la apostura de los toreros, con sus refulgentes trajes de luces y sus pequeñas coletas apretadas como puños. Los médicos, a veces, parecen más enfermos que los propios enfermos; cuando tendrían que exhibirse con la gracilidad y donaire de los diestros que en soleadas y coloridas tardes burlan y vencen con arrojo y arte a la muerte. Sí, porque los médicos, a fin de cuentas, vendrían a ser artistas-toreros, lidiando siempre con el tiempo, heraldo de la enfermedad y la muerte; ya lo dijo Domingo Ortega: «El tiempo perdona menos que los toros»

Pepe Fuentes ·