DIARIO DE ENVEJECIMIENTO 62.1
“La reaparición del pasado siempre es devastadora y rompe en mil pedazos tu sistema nervioso”. Manuel Vilas
Martes, once de febrero de dos mil veinticinco
Ayer mismo denostaba el pasado. Ahora, para demostrar mi desapego hacia esa era de mí vida, quizá añada al título de este capítulo el adjetivo, Feliz.
Y en cuanto vivir de espaldas al futuro como motor existencial, es irremediable, los viejos no lo tenemos porque lo único que nos queda es encastillarnos y rechazar con uñas y dientes los asedios del mal vivir del presente.
A estas alturas, todo es pavoroso; o feliz, ya veremos como acaba esto.
Ayer mismo, una amiga me contaba que hoy iba a socializar con gentes de su pasado laboral (también el mío porque tenían que ver con la empresa en la que trabajamos ambos); Naty, hace lo mismo, y cuando cae en ese mórbido ejercicio y me sugiere que asista a esos aquelarres conmiserativos de unos con otros, a las conversaciones sobre vivencias desfiguradas por la desmemoria y un pasado idealizado, «cómo, a nuestro parescer/ cualquiera tiempo pasado/ fue mejor». Jorge Manrique, me niego rotundamente. Semejantes ceremonias de carnes flojas, enfermedades acechantes y miradas sin brillo, no las considero, aunque educadamente (soy muy considerado y respetuoso en cómo quieran torturarse los demás), pero con una determinación fuera de todo titubeo. Sumar envejecimientos supone potenciar la vejez propia hasta lo insoportable, triste y estéril
Como dice Vilas (mi escritor favorito) me rompería en mil pedazos, por dentro y por fuera…
Acabo de regresar de mi paseo diario (10:49 h), en el que he terminado de oír El libro de las hermanas, de Amélie Nothomb, que es una novelista maravillosa (cuando aparece una novedad editorial suya, hago fiesta); en el paseo me ha dado tiempo a oír un relato corto de Alexander Pushkin, La tempestad de nieve, fantástico relato romántico, ahora que tengo sometido a vigilancia al romanticismo, precisamente. Al final de la caminata he comenzado El Coronel no tiene quien le escriba, de García Márquez, que, asombrosamente, todavía no he leído.
Cuando finalmente me he sentado en mi cheslón, he exclamado encantado: ¡qué bien se está aquí! y me he dispuesto a pasar un día pleno de gozosa satisfacción. Confío en que nadie se acuerde de mí (yo tampoco me acordaré de nadie), no hace falta.
Toda esta disquisición tiene dos finalidades, ahora, de noche todavía: una, convencerme que nada que tenga que ver con la vejez representa una alternativa existencial para mí; y dos, porque para mañana no tenía entrada de diario: el día, en mi gestor de contenidos estaba en blanco. Eso me aterroriza tanto como si ya no fuera a vivir mañana…
La Fotografía: A una asamblea de viejos, cociéndose en su salsa, como la de la fotografía, a mí, que no me esperen (no hay riesgo de decepción, a mí nadie me espera en ninguna parte).