MONÓLOGOS SOBRE ARTE 27.2
“Cada día atribuyo menos valor a la inteligencia. Cada día me doy más cuenta de que solo desde fuera de ella puede volver a captar el escritor algo de nuestras impresiones, es decir, alcanzar algo de sí misma y de la materia única del Arte”. Marcel Proust
Jueves, veintisiete de marzo de dos mil veinticinco
… Avancé por la exposición lentamente, como siempre hago, abriéndome paso entre grupos de viejos (somos los habitantes mayoritarios de los museos, al menos los jueves) y parándome a fotografiar obras y cartelas, con las que luego intentar componer una impresión general de lo que había visto, o al menos mirado. Sí, porque, como dice el propio Proust, no es precisamente la inteligencia, al menos la racional (no sé si hay otra, aunque dicen que sí, que la emocional, pero esa me viene todavía peor), sino otro tipo de código el que ordena y traduce el mundo de las percepciones sensibles. Creo que ese aspecto de la vida humana y artística se juega en otra dimensión. A mí no me asiste ninguna inteligencia; sí, de esa que se sustancia en el parámetro denominado coeficiente y que se determina a través de test y resultados académicos. Yo, cero (puedo demostrarlo: fui incapaz de aprender nada cuando me tocaba hacerlo); sin embargo, eso no me ha impedido la búsqueda de los paraísos perdidos y a veces encontrados, pero ajenos, diseminados por ahí, de los que hablé ayer. Siempre me pregunté por esa paradoja, pero ahora la respuesta es clara: es instinto o impulso ciego.
Justamente el que me decidió a buscar belleza en el mundo de Proust, el jueves por la mañana (aunque no haya leído En busca del tiempo perdido, que leeré, o no). A nadie le está vetado esa oportunidad porque no se requieren condiciones especiales, solo se precisa deseo, un antídoto contra la muerte acechante. Lo mismo que escribir, todo el mundo puede hacerlo, solo se necesita el impulso y la necesidad, y entonces, felizmente, los ojos se abren y las palabras acuden (todos tenemos palabras) ¡menos mal, salvados!
La obra de Proust es universal y consustancial al hecho de vivir porque es la búsqueda infatigable de las experiencias propias en el tiempo, emocionales y subjetivas. Es decir, el arte mismo, y por eso la exposición, bien comisariada por cierto (las exposiciones del Thyssen siempre lo están), era de obligada visita…
La Fotografía: Después del almuerzo (1879), Pierre Auguste Renoir
“Las clases altas y medias de París, objeto, una y otra vez, de las pinturas de Renoir, disfrutaban de lugares de esparcimiento como los jardines y el estanque del Bois de Boulogne, el Jardín de Aclimatación, los de Versalles o los de las Tullerías. El paseo y los almuerzos al aire libre eran una de las señas de identidad de la “vida moderna”. Cartela de exposición