Diario de un hombre Intranquilo 2.1
“Ser tonto y tener trabajo”. Gottfried Benn
Martes, seis de mayo de dos mil veinticinco
Tengo descuidado al Vaticano y me van a adelantar por la derecha. Será inevitable. Es curioso que, mi vida, de una rutinaria simpleza, sin hechos, sin dinamismo, sin nada, se vea atropellada por una agenda trepidante de compromisos, así, de pronto. Todos ellos me los invento (para no morir mañana). Por ejemplo ¿quién me ha pedido que meta las narices en los asuntos vaticanos? Nadie. Pensaba que podría ir administrando los tempos tranquilamente y va Bergoglio y se muere, inesperadamente. Habrá nuevo Papa y yo iré por la mitad del cuento. No obstante, seguiré (lo prometido es deuda, conmigo mismo).
Por si fuera poco, pasado mañana iré a Madrid al hospital donde me operaron de la próstata a tratar con una doctora el retraimiento desconfiado y reactivo de mi prepucio, que empeora cada día. Ahora ha decidido (va a su aire) replegarse sobre sí mismo y, como siga así, terminará estrangulándome desde dentro.
He cambiado de opinión sobre él (me ha traicionado) y ya no lamento tener que extirparlo, aunque sea doloroso no puede haber perdón para los traidores. Se ha convertido en un alíen que puede acabar conmigo. Imagino la noticia que abriría telediarios: “un hombre, en la provecta edad, fue estrangulado por su propio prepucio. Se ignoran las causas de la brutal reacción del informe pellejo, aunque algunas fuentes bien informadas especulan sobre el humillante abandono sexual a la que la víctima había relegado a su pene”.
Por si fuera poco, en estos días, tengo una guerra abierta con el Ayuntamiento de mi ciudad porque considero que tienen que hacer una obra de saneamiento en mi calle, imprescindible para no morir a través de las pituitarias (la suciedad y el mal olor es insufrible para el olfato y la vista). Me asiste la razón y la justicia (agravio comparativo con otras calles y ciudadanos, por ejemplo); pero ellos, los funcionarios malditos, no quieren. Cuando me ven aparecer se les nota el malestar y sus aviesos pensamientos se transparentan en su frente: ¿a ver cómo conseguimos quitarnos a este tipo de en medio? Lo hacen diciéndome que no, porque sí, por su santa indiferencia e indolencia de funcionarios en estado puro: escondiéndose de los ciudadanos impunemente. No me miran cuando me contestan sin pensar en lo que dicen, ignorándome, como si yo no existiera, supongo que para desmoralizarme. Solo consiguen ponerme de muy mala hostia.
Más sobre decisiones activas y esforzadas: el lunes, después de la decepcionante gestión municipal, me fui a un vivero y me compré plantas para que mi verano sea verde y perfumado (se habían secado bastantes), pero tengo que plantarlas a toda prisa y sin tiempo. Un sinvivir. Mi vida de tumbado no me alcanza para tanto frenesí.
Hoy, por la mañana, nada más levantarme y antes de ponerme en plan jardinero, he escrito esta entrada con prisas, como loco, de un tirón, y se me ha ido el santo al cielo: San Bergoglio, y ya explicaré porqué.
Hoy tampoco ha tocado seguir con el Vaticano.
Fotografía: Película, Cónclave, de Edward Berger (2024). Hoy, cuando se publique esta entrada, seguramente, los cardenales ya habrán terminado con su trabajo estelar, bellísimo, mediático y trascendente, en santa complicidad con el Espíritu Santo, intangible pero existente, según dicen, de elegir el nuevo Papa (con Miguel Ángel planeando sobre sus vidas de santos varones ceremoniales y bien vestidos). Creo que los cardenales solo viven para esos momentos tan emocionantes de absoluto protagonismo. Me encantaría ser Cardenal electo porque mi estructura espiritual es vanidosa, y la edad me da y debe ser para lo único que todavía me vale: ser Papa.