Diario de un hombre Intranquilo 2.3
“Cuando se opta por un alma evanescente, la ética deriva rápidamente hacia un emotivismo melancólico porque uno no es capaz de encontrar el suplemento de vida que le compense de todo cuanto va perdiendo a cada instante”. Gregorio Luri
Sábado, diez de mayo de dos mil veinticinco
… Las pérdidas suceden con impecable y fatídica puntualidad.
¿Y qué más da? Me pregunto sin ganas. La falta de necesidad de respuestas en este tiempo, por sabidas, hace que casi ni me conteste.
Aunque, en realidad, no da igual porque mi cuerpo se ha convertido en un territorio propicio para una invasiva distopía que se va pareciendo demasiado a un campo minado, agujereado por impactos incontrolados.
Ayer perdí mi prepucio ¿mañana qué será? Por menos de nada mi autonomía de movimientos por una cojera sobrevenida, o la pérdida del sentido del oído, o del tacto (ese ya está perdido por la vía de hecho y por otras razones ajenas a mi cuerpo, pero no a mis circunstancias; ya lo decía Ortega y Gasset: “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo”. Puedo perder la vista también, como mi amiga Harumi, que se quedó ciega súbitamente y enseguida le sobrevino un cáncer que la mató y que sonaba a una brutal somatización. A mí también me puede pasar (lo del cáncer), como creo que me ha pasado con una fimosis severa (otra somatización, me parece), y que debe ser por causa de que ya no toco a nadie (mujeres, se entiende).
¡¡¡una puta mierda esto de la vida envejecida, una devastación total!!!
Qué pasó ayer: primero, a las once y veinte, consulta con una especialista de digestivo para conocer el resultado de una gastroscopia de revisión, y esa, al menos, fue una buena noticia: ciertos indicios que la habían motivado habían desaparecido y ya no tengo que volver hasta dentro de tres años. Sí, eso me dijo esa mujer, para lo que tuve que esperar una interminable hora.
Después, recogí a Naty y nos fuimos a la clínica de Madrid donde me intervendrían, a las tres de la tarde, que ni hora taurina ni nada. La noche anterior apenas había dormido y durante toda la mañana había estado inmensamente triste por lo que me esperaba por la tarde…
Cuando accedí a la zona de quirófanos de urología, comencé a ver a hombres viejos en el vestuario y por los pasillos que daba la impresión de que iban a lo mismo que yo. Puede que las fimosis en hombres no circuncidados, es decir, cristianos, porque los judíos si lo están (eso en nuestra infancia no se hacía), sea una pandemia: nos acartonamos, el prepucio se esclerotiza por falta de movimiento, contrayéndose hasta asfixiarnos el pene, y entonces ¡al puñetero quirófano! Todos los viejos que deambulábamos ayer como almas en pena por los pasillos, seguro que teníamos una vida sexual igual a cero.
Me tendí en la mesa de operaciones y empezó una sistemática tortura: demasiados pinchazos en la zona genital para insensibilizarme, y, para terminar, más pinchazos, ya sin disimulo, en el mismo pene, con los que el urólogo se adornó como torturador. Dolorosísima experiencia. Luego manipulaciones no sé para qué, supongo que para preparar la entrada de la industria en mi parte más íntima: la máquina de extirpar prepucios y suturar con grapas de acero. El urólogo-cirujano también me dio puntos para refinar su trabajo y embellecer la maldita ablación.
Salí dolorido y renqueante. El fin de semana se presentaba convaleciente, asustado y triste. Lo peor será el domingo, cuando me quite la venda y me enfrente en soledad a mi polla recosida y probablemente sangrante ¡qué indeseable y espeluznante visión!
El lunes tengo que volver a la clínica para revisión, eso me dijeron.
La Fotografía: Para hoy no tengo. Ni se me ocurrió hacer ninguna ayer o de alguna experiencia parecida, que me acuerde ahora, o sí, recuerdo que me vasectomizaron a petición propia, pero era muy joven y entonces no contaba estas cosas, además de que fue menos cruenta. Así que, mejor una foto de hace treinta y tres años, en la era de las ganancias y apenas pérdidas; y si las había, se compensaban con otras ganancias. Todo más o menos equilibrado. Luego, poco a poco, fueron apareciendo las pérdidas, imperceptibles al principio, pero incontenibles, ganando terreno y golpeando cada vez más duro hasta convertir mi cuerpo y mi alma en zonas catastróficas.