Recordando: a Harumi Shimono (1)
“A las nueve y media de la mañana
cuando a cántaros llovía
Con los truenos en el cielo gris
desde el Puente Nuevo
se tiró un hombre matándose.
No cambia
el flujo del río.
Solo sonaban los gritos,
ora altos ora bajos,
de pájaros negros y pequeños.
Llevándome a los labios secos
una copa de Magno me la trago
de una sola vez”.
Masao Shimono
Martes, veintisiete de mayo de dos mil veinticinco
El otro día, Paco Maeso, amigo toledano, me envió una fotografía de prensa del día de la inauguración de la exposición del homenaje que Toledo (Real Fundación de Toledo), rindió a Masao Shimono, pintor japonés que vivió en la ciudad durante veintinueve años, desde octubre de 1975 hasta el 25 octubre de 2004, fecha de su fallecimiento, a los sesenta y cuatro años. Hubo un pequeño paréntesis desde 1979 a 1983, en el que se trasladó a vivir a Ronda. Un flechazo rilkiano como le ocurrió con Toledo.
Vinieron él y Harumi, su compañera de toda la vida. Ambos componían una pareja entrañable para todos los que tuvimos la suerte de conocerlos y cultivar y disfrutar de su amistad.
Grandísimos artistas ambos.
La exposición tuvo lugar en el espacio de Roca Tarpeya (Casa Museo de Victorio Macho) sede de la Fundación, desde Abril a Julio de dos mil cinco.
Nos encargamos de la preparación y edición del catálogo, con textos y testimonios de sus amigos, Harumi Shimono (su viuda), Carlos Villasante, Almudena Lourasquy, Natyra y yo mismo. Nos llevó meses preparar toda la documentación, con reproducciones de sus obras repartidas en colecciones privadas de Toledo. En el catálogo, incluimos poemas de Masao.
Cuento esto con el fin de contextualizar aquellos momentos que, de pronto e inesperadamente, por intercesión de Paco, se me han hecho presentes. Ayer lunes, dediqué parte del día a releer los textos, vibrantes e íntimos porque se escribieron desde el corazón y la memoria de los momentos de gozosa amistad que compartieron con ambos. Todos los testimonios, maravillosamente contados, tenían matices y texturas diferentes. Quizá, el aspecto más especial y trascendente de la vida que compartes con amigos es que por el efecto mágico de la amistad te desdoblas y multiplicas en muchos, tantos como amigos tengas. En ese sentido, Masao fue afortunado (nada que no se ganara con su fantástica y personalísima manera de ser). Tuvo muchos, muchos amigos en esta ciudad y con todos y cada uno de ellos estableció una relación especial y única.
Ayer, pasé un buen día recordando y disfrutando de sus pinturas (catálogo), de sus poemas y de unos testimonios muy sentidos de todos. Por cierto, no recodaba que yo publiqué dos textos en ese catálogo (creía que había sido uno): la descripción de cómo fue el momento de la despedida e incineración, en el que sus amigos pasamos todo el día juntos, hasta por la noche; y otro texto más: una cronología de la experiencia vital y artística de su vida de treinta años en España.
Seguiré mañana con esta inesperada y gozosa, aunque triste, rememoración…
La Fotografía: La foto de prensa que me remitió Paco Maeso, que he agradecido, y que me está provocando remover tantas y tantas cosas.