DIARIO ÍNTIMO 124
“Considerando estos aspectos y otros semejantes, uno llega a dudar de que haya otro heroísmo que el heroísmo de la debilidad”. Thomas Mann (La muerte en Venecia)
Domingo, veinticinco de Mayo de dos mil veinticinco
De pronto, un grito desgarrador en el silencio de la madrugada me sobrecogió e hizo que Mi Charlie diera un salto en la cama y se pusiera de pie tembloroso.
El grito era mío…
No, no fue una pesadilla espeluznante; no, fue real y sangrante, justo en mi glande. Como he venido contando aquí, me exterminaron mi Amado Prepucio hace quince días con una técnica de bricolaje industrial, costosísima para mí (ya lo conté), aunque judío no sea, que yo sepa (aunque el apellido lo parezca un poquito). Para rematar la fechoría sellaron todo el perímetro con grapas de acero.
Me dijeron que se caerían solas, lo que no ha resultado cierto del todo, porque antes de abandonar mi pene se clavaron cruelmente en mi glande. Insoportable y agudísimo dolor que por poco le cuesta un infarto a Mi Charlie (y a mí también).
En el triste abandono y soledad de mi desamparo en la oscuridad de la madrugada, no me atrevía a mirarme el daño porque imaginaba mi polla ceñida por una corona de espinas (las grapas), chorreando sangre como en una pasión y muerte. Se me pasó el dolor agudo porque me quedé quieto, paralizado, no me moví en dos horas aterrorizado. No quería agravar la dolorosa sangría. La luz del amanecer fue entrando por una ventana, y mientras, desesperado, empecé a pensar en qué podría hacer para solucionar los desgarros que imaginaba. Pensé en una cura de emergencia ¿pero cómo? No era cuestión de llamar a una ambulancia (me parecía exagerado); o a alguien ¿pero a quién? No podía confiar una cura tan íntima, a mi vecina, por ejemplo. No, descartado.
Esperaría a que el sol entrara por la ventana porque eso me daría confianza, supuse (por la noche todo resulta más impresionante y sobrecogedor). La luz del sol llegó puntual por la ventana y me arrastré como un gusano hasta al cuarto de baño. Mi Charlie, insensible e insolidario, roncaba. Los perritos no sirven de nada, salvo para darte todas las molestias del mundo y ninguna compensación. Menudo ruinoso negocio ¡un perrito!
Y sí, una tira de tres centímetros de grapas se me había clavado, y al intentar quitármela, un agudísimo dolor me atravesó el glande como una descarga eléctrica, lo que me hizo gritar estentóreamente otra vez.
Además de llorón (ayer); gritón (hoy).
Me curé la herida palpitante con Betadine y me tomé un calmante. Lo peor: todavía me quedaban grapas asesinas, listas para atacar otra vez. Miedo me da de lo que me pueda pasar la noche siguiente. Por lo pronto, para protegerme de males posibles (pueden ser muchos), no saldré de mi casa y no cogeré ninguna llamada (poco problema con eso, no tendré ninguna), aunque, por si acaso, apagaré el móvil (todo lo que llega del exterior hostil me conturba). Así, tratándome con extrema delicadeza y mimo (como en una burbuja), curándome las heridas meticulosamente, probablemente consiga acabar el día sin mayores incidentes o desagradables y dolorosas circunstancias. Mañana ya veremos.
La fotografía: Radiografía de mí mismo en el momento de gritar de dolor en plena madrugada. El pene, objeto de mis desdichas, no ha salido radiografiado, sino en plena representación analógica, aunque sí circuncidado, como si fuera el mío (nuevo).