Diario de mi Felicidad 3.1
“Ser feliz sin necesitar nada. Solo respirar”. Manuel Vilas
Miércoles, once de junio de dos mil veinticinco
Creo que iniciaré un periodo de deconstrucción de mi actividad como diarista (Fotografías y Textos). Pronto acabará todo. Me parece. Ha sido un periodo muy largo. Demasiado.
Hace veinte años, esta actividad tenía un sentido para mí muy distinto al que tiene ahora; entonces todavía jugaba a buscar y encontrar una singularidad creativa y la ridiculez de un nombre, e, incluso, como artista.
Progresivamente, esa veleidad tan alejada de mi verdadera capacidad fue desdibujándose hasta perderse. Ya es irreconocible e inencontrable incluso en mi memoria.
Muy bien, me parece. No tengo ninguna sensación de amargo fracaso.
Da igual lo que se haga o no; y por supuesto el éxito, tan volátil. Lo importante es sobrevivir con el mínimo dolor posible.
Por ahora, sigo escribiendo porque me gusta y porque es uno de los pilares de la configuración de mi sentido del ser y el vivir ahora.
Además, yéndome a la cama cansado y contento soy feliz; que dijo Karmelo Iribarren
Si no escribiera ni me cansaría ni estaría contento (más bien amargado), y, entonces, no sería feliz. Claro que no.
Aunque Vilas (mi escritor preferido), hable de solo respirar, miente. Para eso mejor morir, o no, no sé. Sospecho que hay mucha gente que, de interés para sí, solo hace eso, respirar, y no parece que estén mal, salvo porque su simpleza existencial los desenfoca hasta el anonimato. Y los afea, también.
Sabéis, queridos hermanos viejos (ya son los únicos seres que me interesan), a medida que pasa el tiempo sobre mí, como inclemente y cruel apisonadora, entiendo menos de la vida en el mundo.
Hoy han sucedido dos cosas (hasta ahora, las seis y media de la tarde) más adelante veremos… he ido a fisioterapia, y la mujer que me aplica aparatos y un corto masaje en mi pie izquierdo, no ha parado de hablar en los cincuenta minutos que he estado allí sobre cuestiones técnicas de su relación comercial con las compañías de seguros médicos, que a lo mejor pensaba que a mi podría interesarme. Pues no, a mí eso me importaba una mierda. En ningún momento ha dicho nada que despertara el mínimo interés en mí. No me cuesta nada imaginar la tortura que me supondría, por ejemplo, salir con esa mujer a cenar o tomar una copa, a pesar de que tiene treinta años menos que yo, imposible entonces y menos mal, porque así no me vería obligado a tener que reprimir mis ganas de gritarle que se callara de una puta vez, lo que sería francamente desagradable.
Empiezo a sospechar que lo que puedan decirme las mujeres no me interesa en absoluto. Una vez extirpado el deseo y el sexo, las mujeres, para qué.
La segunda cosa que me ha pasado, y esta vez muy buena, es que me he tropezado (sin buscarlo), con el último libro de Manuel Vilas: Dos tardes con Franz Kafka, que me he apresurado a comprar, por supuesto. Para Vilas, Kafka ha sido el mejor escritor del mundo. Nada que objetar.
Todavía no empezaré a leerlo (lo haré pronto). Lo que sí he leído son tres citas introductorias, que traigo aquí porque me gustan mucho. Como son tan prometedoras, por qué resistirme.
Kafka estaba siempre de buen humor: Dora Diamant.
Frente a Kafka, cualquier escritor es menor: Elías Canetti.
Yo soy la novela. Yo soy mis historias. Franz Kafka.
La Fotografía: Gustave Moreau. Poeta muerto llevado por un centauro, 1890. Pintura simbolista, que me encontré en el Museo Thyssen Bornemisza, en la exposición de Proust y las artes, en marzo pasado. Desde entonces no he vuelto a Madrid a ver arte, y lo añoro muchísimo. Tengo la necesidad de volver cuanto antes. He traído esta obra hoy porque creo que le sienta muy bien a esta entrada.