DIARIO ÍNTIMO 126
“…el enfoque del movimiento de los cuerpos, pero faltaba emoción. Intento siempre ir más allá de la fotografía”. Francis Bacon
Viernes, veinte de junio de dos mil veinticinco
Jueves: me levanté temprano. A las siete y media salí de mi casa con dirección a Madrid. A las nueve entregaba mi objetivo largo para reparar en mi taller de referencia. No me aseguraron que pudieran hacerlo, dependían de que les facilitaran una pieza. Los condicionantes suelen funcionar para mal siempre.
A las diez desayuné en la terraza de un bar de la plaza Juan Goytisolo (tostada de jamón y café con leche). Después, Museo Reina Sofía, las exposiciones temporales, que salvo la de Néstor reencontrado (Néstor Martín-Fernández de la Torre), fueron tortuosamente aburridas hasta el bostezo. Qué empeño de los conceptuales de meternos a la fuerza teorías y reivindicaciones con cachivaches. De ahí me acerqué a la Plaza de Colón, donde tenía una cita con una mujer, R., acontecimiento del que vengo hablando desde hace dos días. Todavía me dio tiempo para ver una exposición extensa en el Centro Cultural de la Villa, Fernán Gómez, de un fotógrafo, Joel Meyerowitz (Nueva York, 1938), que realizó un largo viaje de 30.000 Km, por Europa, España (casi no es lo mismo), y norte de Marruecos. Al parecer realizó más de 25.000 fotografías de campo, ciudades y carretera; también del paisaje sociológico que se fue encontrando. Fue un trabajo de fotorreportero sensible, de buen gusto y en algunas tomas de un gran sentido de la composición, o si me pongo exquisito y añado un matiz de fina tradición cultural del XIX, de Flâneur nada místico, de «buen rollo».
No obstante, a estas alturas, este tipo de fotografía de voyeur, azarosa, antropológica y memoriosa, me aburre hasta el bostezo porque, en gran medida, depende de que la tipología de los fotografiados sea popular (a ser posible excepciones socioculturales) y que todo sea viejo, desde las calles a las caras de los figurantes, y entonces el éxito está asegurado. Toda esa parafernalia teatral del dichoso momento decisivo, ahora, a ciertos fotógrafos viejos, les da para homenajes y antologías; y a la García Rodero, hasta para un marquesado ¡qué cansancio, por Dios! Lo de los dinosaurios fotográficos, como la propia fotografía, que ha quedado para la anécdota y la risa, como la gran carcajada que exhibe el viejo Meyerowitz, en un video en el homenaje que le ha rendido este año Photoespaña (otros dinosaurios). La fotografía: un gran parque arqueológico.
De esa exposición viajera, las fotos que más me gustaron fueron dos o tres en las que aparecía la bella mujer del fotógrafo (hace 60 años), que me gustó mucho: era una mujer de la que enamorarse locamente.
Salí de la muestra y, después de un malentendido sin importancia, me encontré felizmente con R.
Más que encuentro, un prodigio para mí en estos momentos de mi vida. Como la cronología temporal se ha comido la emocional, seguiré en otra entrada o en más, un día de estos…
La Fotografía: Ya he dicho que las temporales actuales del Reina me parecieron tediosas, salvo una. Y en esta, en la de Néstor reencontrado, había dos personajes que me resultaron fascinantes, los de esta foto: dos viejos astrosamente vestidos, con unas prominentes, redondeadas y asombrosas barrigas ambos ¡cuánto placer guardaban esos feos bultos! Seguro. Me parecieron dos personas especiales a las que me habría gustado conocer (no parecían españoles). Vieron la exposición atenta y despaciosamente uno delante del otro: el más bajo siempre el primero, el otro, con bastón, detrás. De pronto se paraban y se quedaban abstraídos, quietos como esfinges. Nunca hablaban entre ellos. Parece que estoy en franca contradicción entre lo que he hablado antes sobre la sociología fotográfica y la foto que traigo hoy; pero prefiero pensar que no, que lo mío es otra cosa, por ejemplo: puro e insondable existencialismo artístico ¡qué tonta ocurrencia!